Never shall me down

Vivimos los días de Papaloukas, el Temístocles de las canchas. También ese tono Amadeus que escondía el baloncesto de un niño prodigio, Luka Doncic. Aprendimos a querer a la Euroliga a través de las exhibiciones anotadoras de dos voraces talentos: Juan Carlos Navarro y Vassilis Spanoulis. Previamente, nos enamoró la sonrisa tras triple y asistencia imposible de Sarunas Jasikevicius. Ahora, nuestra gran duda es la respuesta a esta pregunta: ¿estamos ya en la era de Shane Larkin? 

Desde una atalaya de 1´80 metros, el base-estrella del Anadolu Efes desafía a torres gigantescas. Proyecto interesante desde sus días en Baskonia, pocas personas adivinaron el nivel estratosférico que iba a alcanzar vestido de azul, brindando recital tras recital estos dos últimos años (El show de un solo hombre). Sin embargo, lo ocurrido la pasada semana en el WiZink Center exige replantear si esto sobrepasa incluso los límites de jugador franquicia. 

El conjunto de Pablo Laso volvía a su feudo con sensaciones encontradas. Tras protagonizar una racha memorable en la competición, se hallaban con tres derrotas consecutivas. Amparados en la madurez exquisita de Rudy Fernández y el muro Tavares, los blancos deseaban un triunfo balsámico ante un competidor directo por las primeras plazas. Con gesto de niño travieso, el crack de Cincinatti aceptó las peores parejas de baile posibles. 

Recientemente, Facundo Campazzo salió escogido como el adversario más incómodo para los otros jugadores de la Euroliga. Por un lado, testimonio del corazón, garra y profesionalidad del argentino. En el otro, una intensidad que raya los límites del reglamento. El subcampeón mundialista deja, a veces, la sensación de que en un equipo grande puede poner una vara que en un club más modesto le llevaría a tener problemas de personales. El pasado viernes fue a la caza de Shane Larkin. 

Tras perder cetros continentales ante Spanoulis y Rice, el staff técnico de Laso es experto en tratar a estrellas anotadoras ajenas. Campazzo fue la sombra de Larkin, forzando pérdidas y tratando de desconectarlo de los suyos. Pero la ventaja del Efes y que el estadounidense sabe mejor que nadie es que sus compañeros nunca lo van a abandonar. Singleton y Pleiss buscaban ser sus torres, mientras que todos los demás están dispuestos a sacrificarse en defensa y ataque para que su faro afine la puntería. 

Ergin Ataman reconoció que debía combatir el fuego con el fuego. Metió a Dougs Balbay para equiparar la agresividad del crack albiceleste. Eso dio bríos a Larkin, quien no precisó de abusar del disparo para ir engordando su casillero. Esa forma de elevarse en suspensiones mortíferas y penetrar a canasta sin miedo a Tavares o Thompkins le convierten en algo distinto dentro del campeonato. 

Un Ataman que exagera algunas de sus ostentaciones, especialmente para granjearse a los árbitros, algo que quedó patente en la pasada eliminatoria frente al Barcelona. Un técnico otomano sagaz y que busca cualquier hueco para avanzar, bendecido ahora por un talento que le llevó a obtener su primer triunfo en la capital española. De paso, su cuarto premio de MVP en la Euroliga de forma consecutiva. Sin precedentes. 

El peor momento para los suyos vino con un triple lejano de Campazzo. 72-73 en el electrónico y el recuerdo de los recientes tapones de Tavares. Reaparecido, Llull intentaba insuflar energía a su grada. Larkin se recompuso rápido. Son las ventajas de haber disputado una Final Four a cara de perro con el CSKA de Moscú. Hizo su trabajo frenando al base argentino en penetración, demostrando que es también capaz de hacerlo. Entonces, sus compañeros confirmaron que no son el show de un solo hombre. Pleiss marcó un triple que llevó al delirio al banquillo turco. 

Y entonces cerró él porque es el mejor. Su Efes ya recibió un doctorado ante el Olympiacos de lo traicioneras que son las eliminatorias. Larkin lidera a su escuadra a por toda una hazaña, sin perder la sonrisa o la puntería. 32 puntos fueron su tarjeta de presentación. ¿Cuánto tiempo llevamos en la nueva era sin saberlo?