Never shall me down

Llevaban más de una década sin cruzarse en una final copera. Eso es atípico en dos clubes como Madrid y Barcelona. Sin embargo, la edición de Málaga (2001) estaba marcada por el recuerdo. Aquel 3+1 y ese gesto de rabia en el festejo ante un enmudecido Palau. Sasha Djordjevic, problemas con los técnicos al margen, siempre había sido muy querido por la afición blaugrana. Su "Stop the War" fue tan emotivo como la Korac que se celebró ese mismo día tras remontar al Estudiantes. Verle de blanco dolía, pero que ayudase a Sergio Scariolo, quien ya era un técnico prodigioso, a que el Madrid se sobrepusiera al factor pista para ganar la liga era una daga mortal. 

Aquel quinto choque del desenlace de los Payoffs del 2000 fue el largo desgaste de un Barcelona que empezó elevado por los triples y acabó cayendo por su abuso de dicha arma. Aíto García Reneses, quien sabía el esfuerzo titánico detrás de lo que había construido la sección en territorio ACB, sabía que aquel Madrid era una roca formidable en el camino. Aquel verano vino un talento que deslumbró en los Juegos Olímpicos, Sarunas Jasikevicius, además de un retornado Karnisovas, fino estilista con años de servicio en Europa en partidos importante. Con todo, la clave radicó en que Reneses iba a dar los mandos a dos jóvenes infra-utilizados el curso anterior: Juan Carlos Navarro y Pau Gasol. 

Si bien La Bomba ya era conocida (y temida) desde secciones inferiores por su mortífera puntería, el ala-pívot de Sant Boi era un proyecto futuro muy interesante, si bien no el más destacado de una rica camada. Se contaba con que diera que hablar y ya fue un factor determinante en los cuartos de final coperos donde Aíto sí ganó la partida a Scariolo. De cualquier modo, fue en esa final, ante guerreros curtidos como el belga Struelens o el esloveno Marko Milic, cuando el planeta basket puso su vista en el dorsal número 16 azulgrana para no abandonarlo jamás. 

Segundo cuarto en el Martín Carpena. Vuela un triple limpio de Djordjevic. El banquillo merengue festeja el demoledor parcial y una ventaja de 10 puntos. Con un Alberto Herreros imperial y la energía de gente como Angulo o Iturbe, parece que la profundidad de los de Scariolo volverá a desgastar a su Némesis. Gasol conecta un lanzamiento exterior para suturar la herida. Nadie puede imaginarlo todavía, pero va a ser el MVP de la velada, aunque todos los medios se centran en un amago de tangana al enfilar los vestuarios entre Alain Digbeu y Alberto Herreros. 

19 puntos y 85% en tiros de campo. Así lucía la hoja de estadísticas cuando Pau Gasol finalizaba un pase de otro compañero joven, Rodrigo de la Fuente, llamado a alzar la primera Euroliga del Barça en poco tiempo. Aquel mate a una mano con insultante facilidad ante una escuadra de élite era más bien algo reservado para la NBA. Ya no era el protagonismo que le iba dando Aíto y su descaro. Tampoco aquel novato sobrado con su 2´15 de altura a quien Joan Montes recomendó bajar los humos para no enfurecer con bromas innecesarias a jugadores mayores de edad. El chico aprendía rápido y el Barça había dado la vuelta a la final. 

Con otra perla de quilates, Raúl López, el Madrid nunca perdió la cara al encuentro, pese a que Gasol se dio el lujo de puntear con eficacia los triples de Herreros. Hacía apenas una temporada, uno de sus lunares eran los tiros libres. En un último cuarto fatídico, con los blancos rozando la remontada e incapaces de pararle de otra forma que no fueran las faltas personales, el elegible en el draft de ese mismo verano mostró su aprendizaje: 12 de 14 en esa faceta. Copa que viajaba a la Ciudad Condal, pero todos sabían que en liga tocaría otro choque fratricida. De cualquier modo, Gasol había despegado y no iba a mirar atrás. 

"Ha sido extraño. Pensaba que nos retiraríamos en el mismo equipo. Le he dado el abrazo porque significa mucho nuestra amistad. Es la última vez que nos medimos en una cancha. Bueno, no sé, salvo que un día echemos una pachanga en algún sitio de Barcelona"- Kobe Bryant tras el Bulls-Lakers de su última temporada en activo. 

Nadie recordaba en aquel momento a Seikaly, fichaje estrella del Barcelona en aquel curso, pero que no cuajó en su adaptación. Aíto supo ver que tenía la mejor solución en casa. Aunque, privado de Jasikevicius y Gasol para un duelo eliminatorio de Euroliga con la Benetton de Treviso, los dos estaban recuperados para los Playoffs ACB. Habían sido un rodillo en cuartos y semis. Los encuentros en el Palau fueron muy igualados, pero Pau siempre aparecía para amargar la noche de un Scariolo que, como los grandes estrategas, admitía cuando había un problema sin solución. 

Con todo, la hoja de ruta de un motivado Alberto Herreros y sus compañeros era hacer valer la pista en Madrid y jugar con los nervios de otro descalabro barcelonista en la muerte súbita. Con todo, el número 16 dijo que no. Demostró que no le afectaba jugar en feudo enemigo y se dio lujos como subir el balón cual base y dar un pase picado de la muerte a Roberto Dueñas para que su compañero acabase con un mate. Esas cosas las veían en la capital con Arvydas Sabonis, pero aquel extraterrestre con pasaporte nacional no tenía precedentes. 

Incluso un genio en las guerras psicológicas como Djordjevic parecía exhausto. El 16 no era de este planeta, MVP de la copa y de la postemporada. Muchas barreras rotas en lo que parecía un sueño de verano. La grada culé festejo ese doblete sabiendo que era su último partido... al menos en mucho tiempo. El destino estaba al otro lado del Atlántico.