domingo, noviembre 24

Hay películas que ponen a casi todas las personas de acuerdo. Alcanzan la categoría de clásico de generación en generación. Otras, sin embargo, generan controversia y dividen opiniones. Sin embargo, para quienes adoran esos filmes, casi tienen más valor. Se tornan cintas de culto, algo que conservar por temor a que algún día desaparezcan como lágrimas en la lluvia. Ante la menor popularidad, casi surge una conexión mágica cinéfila cuando dos integrantes de ese círculo se reconocen en la pasión compartida. Si la NBA fuese cine, Rasheed Wallace sería un género propio, la categoría inclasificable que mucha gente no ha visto, pero las audiencias que lo disfrutaron y entendieron nunca podrán olvidar la experiencia. 



Ediciones JC lleva años mimando al baloncesto escrito, las canastas que se leen. Recientemente, ha salido a las estanterías Fragmentos de un sueño: Insólitas historias de baloncesto, escrita por Iván Libreros y Jacobo Correa. Dos gourmets de este deporte que recopilan distintos artículos y rememoran momentos mágicos de la prestigiosa liga al otro lado del Atlántico. Muchos nombres sonarán (Kobe Bryant, Popovich, Magic, Bird...), pero quizás sean todavía más interesantes aquellos relatos de héroes como Bernard King, el prodigio de los Knicks cuyas rodillas no aguantaron tanto talento. 



Entre otras, Jacobo Correa extrae las reflexiones que hizo años atrás sobre Rasheed Wallace, el prodigio surgido en la Ciudad del Amor Fraternal, según sus propios coetáneos, lo más interesante que había saltado a la cancha como interior desde los días del mítico Wilt Chamberlain. Criado con sus hermanos por la batuta de la formidable y combativa Jackie Wallace, Sheed ganó fama en el Simon Gratz School, bajo la dirección de un sargento de hierro como Bill Ellerbee. Sin rubor en dejar a su joven estrella en el banquillo, el técnico enseñó al muchacho que lo importante era hacer contar los minutos que uno permanecía en pista. Reconocimientos nacionales, campeonatos y los ojeadores de todas las universidades aguardaban al final del camino. 


En un ejemplo de síntesis casi perfecto, Correa deja varias pinceladas de calidad para resumir la trayectoria deportiva de un ala-pívot adelantado a su tiempo al que Andrés Montes, siempre certero, encontró el mote perfecto: Etiqueta Negra. Poco amigo de engordar estadísticas personales o el highlight, Wallace era el detalle que quizás te habías perdido en el primer visionado. "Era un lujo tenerlo como defensor. Podía cubrir a mejor contrario. Y si necesitaba que le mandases la ayuda, te daba tiempo para hacerlo", confesaba Mike Dunleavy, su principal técnico en Portland. Con los Blazers, su carácter visceral explotó muchas veces contra los colegiados y el marketing sobre el deporte auspiciado por David Stern, pero nunca se dudó que era la referencia de la escuadra que Phil Jackson bautizó como "el mejor equipo que el dinero podía comprar". 



"Lo que no entiendo es cómo no ha sido un All Star perenne", confesaba Stan Van Gundy, quien le sufrió como rival en sus etapas en los banquillos de Magic y Heat. Quizás sea la idea en la que más incide Correa. Pese a su excelencia en el instituto y la NCAA, haber logrado un anillo milagroso con los Pistons en 2004 y medirse sin problema ante los mejores 4 de su época (Kevin Garnett, Tim Duncan, Karl Malone, Chris Webber, etc.), Wallace era el típico alumno del que el profesorado siempre pensaba que podía dar más. 



Correa, pluma finísima para descifrar las rendijas de sus protagonistas, da con la clave al afirmar que las distinciones actuales nunca le importaron. Si Russell Westbrook, DeMarcus Cousins o Draymond Green pasa por ser los Bad Boys de los tiempos modernos, serían angelicales traviesos comparados con los terremotos de un Sheed (así se gritaba su nombre en el Palace y el Rose Garden cuando la armaba al poste bajo) adorado por sus vestuarios y defenestrado por colectivo arbitral-dirigentes. 


"El talento estaba ahí, a la vista de todos", subraya e autor en cuatro deliciosas páginas resumidas en el elocuente título: Un antihéroe al que adorar. Probablemente, porque en el fondo se sabía que era un rebelde con causa y que algunas de sus peores noches estadísticas eran matizables por su falta de egoísmo en la pista. En pleno star-system, era capaz de tirarse minutos sin mirar al aro, ofreciendo bloqueos, aclarados y pases. Más allá del temperamento infantil que exhibía cuando no estaba de acuerdo con una señalización, fue uno de los jugadores que mejor conocía el reglamento y la filosofía de este deporte, si hemos de creer a maestros tan venerables como Larry Brown, quien señalaba que: "El único problema de Rasheed es que se preocupa demasiado. Pero eso no me parece muy grave". 



Desde una atalaya de 2´11 metros, no tiene nada de extraño que analistas como Scoop Jackson afirmasen que fue parte de la revolución. Cambió la percepción de la función de los hombres altos. Únicamente un extraterrestre llamado Dirk Nowitzki tenía mejor mano que él desde el triple en su posición. El tiempo les dio la razón y prácticamente todas las franquicias actuales buscan a alguien que cumpla esa función interior-exterior. 



"Rasheed Wallace no necesitaba focos. Él ya se encargaba de iluminar el pabellón de turno". El epílogo perfecto para la película de culto más heterodoxa y fascinante de la NBA.  



BIBLIOGRAFÍA:



- LIBREROS, I. y CORREA, J., Fragmentos de un sueño: Insólitas historias de baloncesto, Ediciones JC, Barcelona, 2019, pp. 189-192.  



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



https://fox17online.com/2019/03/08/former-piston-rasheed-wallace-becomes-high-school-coach-in-nc/



https://www.marca.com/albumes/2015/02/09/2015_ncaa_smith_jordan/index_4.html



https://www.celticsblog.com/2010/5/17/1474744/justifying-the-signing-of-rasheed