No tenía ninguna ventaja a simple vista. La apacible y delgada figura de Reggie Miller cuando entraba en el pabellón era poco imponente en un territorio tan físico como la NBA. Sin embargo, cualquier afición rival sabía a quién silbar cuando los Indiana Pacers iban de visita. Con gesto travieso y algo tímido, el escolta sonreía. Se llevaba toda la presión en la rueda de calentamiento para que sus compañeros se relajasen.
El ritual se repetía a lo largo de todo el año, especialmente en los Playoffs. ¿Abucheos? Suspensión que entraba limpia. ¿Gritos al novato del equipo de los Pacers? Miller picaba a la estrella de turno para captar todos los focos. Donde las manos temblaban, él quería que le pasasen la bola. Fueron innumerables las dagas mandadas por el asesino silencioso, aquel tipo que solamente temía a su hermana, la legendaria Cheryl Miller, una de las mejores baloncestistas que han pasado por ninguna universidad.
Este domingo repasaremos cinco grandes momentos del villano favorito de la NBA durante mucho tiempo. Si bien, lo meritorio es que podría hacerse una tesis doctoral con los muchos partidos donde aquel espigado pistolero de 2 metros conmocionó a los pabellones.
David y Goliat: Magic-Pacers (Finales Conferencia Este 1995, segundo partido)
No existían precedentes ante aquello. Con 2´16 metros de altura y la musculatura de un Wilt Chamberlain, el joven Shaquille O´Neal desafiaba las leyes de la física. En aquella disputa por los billetes de la final de la NBA, incluso profesionales contrastados como Dale Davis o Rick Smits parecían niños peleando contra adultos. Indiana necesitaba un soplo de aire fresco, sentir que aquel pulso contra los Orlando Magic no era la asistencia a una coronación ajena. Reggie Miller entraría en acción el segundo día, dispuesto a hacer bailar a defensores tan esforzados como Nick Anderson con sus fintas.
Mientras que Anfernee Hardaway y los otros exteriores de los locales solamente debían mandar pases altos para que O´Neal pulverizase sin piedad el aro, el fino escolta iba buscando cada rendija para fabricar sus puntos. Entraba a canasta forzando las faltas personales de Horace Grant. También desplegaba el arte del finger roll donde era un consumado maestro. Conforme pasaban los cuartos, aquello se estaba convirtiendo en una re-edición de David contra Goliat.
Con un zorro de los banquillos como Larry Brown, Miller logró encontrar espacios y huecos para firmar 37 puntos. Uno de los más memorables fue un triple a la pata coja tras finta y contra tabla. Colocó el electrónico 116-114. Orlando terminó poniendo la banda sonora de Superman y se llevó el encuentro con 39 tantos de su pívot. Pero a nadie le extraño que los Pacers forzasen siete encuentros al final de esa serie.
8 puntos en 9 segundos (Madison Square Garden, 7 de mayo de 1995)
Cualquier gran artista tiene sus centros de inspiración. Reggie Miller poseía una buena relación con las musas del basket, pero en el Madison Square Garden, sencillamente, le llevaban en volandas. No obstante, nunca volvió a estar tan inspirado como en la abertura de las semifinales del Este. Spike Lee, prolífico director y fan a muerte de los Knicks, siempre buscaba picar al mejor jugador contrario. Miller lo sabía y le seguía el juego maravillosamente. No tiene nada de extraño que acabasen siendo amigos tras años de pleitos verbales.
Hasta ese día era solamente un duelo de Playoffs. Gracias a la magia del escolta de Larry Brown sería una rivalidad eterna. El electrónico lucía 105-99 a escasos segundos del final. A pesar de los esfuerzos de un heroico Rick Smits, Patrick Ewing y los feroces pretorianos escogidos por Pat Riley iban a festejar el triunfo. Miller clavó un triple inverosímil que parecía el típico gesto de calidad que sirve para la honrilla en el tanteo final. No obstante, todos los Pacers se abalanzaron en el saque de banda. Lo que pasó entonces pertenece a la leyenda. El balón a ninguna parte acabó en las manos de quien más lo deseaba.
Anthony Mason lo recordaba como una pesadilla. Miller ni dudó y volvió a lanzar un triple. Por supuesto, entró. Nadie en la Gran Manzana se lo creía. Los duendes de los aros hicieron que el siguiente rebote defensivo del escolta le mandase a la línea de tiro libre. John Starks, uno de los mejores tiradores del campeonato, había errado los suyos. La hazaña estaba hecha. En una serie que tuvo de todo y fue recordada en un memorable documental de la ESPN, los Pacers se llevaron la serie a siete partidos. Habrían vencido a cualquiera aquel año, simplemente, no pudieron con The Killer.
Black Mamba versus The Killer (Conseco Fieldhouse, Finales de la NBA 2000, Cuarto Juego)
Ahora comandaba en la banca Larry Bird. Aquel tirador infalible de los Boston Celtics, el "paleto" de French Lick que tenía una de las mentes más afiladas en la historia del basket. Con Reggie Miller como estrella, El Pájaro llevó a siete partidos a los todopoderosos Bulls de Michael Jordan. Ahora habían logrado las ansiadas Finales de la NBA. Nuevamente, el escolta se cruzó con aquella mole imparable y veloz apellidada O´Neal. Pero ahora lucía el púrpura y oro de LA. Para colmo de males, Hollywood le había dado al escudero soñado en un joven prodigio llamado Kobe Bryant.
Los dos primeros encuentros en el Staples fueron tiranizados por el imbatible pívot. De vuelta a Indiana, los Pacers se lamieron sus heridas para robar el tercero. Todo el mundo sabía que el cuarto sería el choque bisagra. Miller, cuestionado por sus problemas en los primeros partidos, sacó su clase a pasear y no se amilanó ante la pegajosa marca de Brian Shaw o que Robert Horry patrullase la zona por si entraba a canasta. El escolta iba llevando a los suyos en volandas, mientras O´Neal se ponía en problemas de personales. Bryant olfateó la sangre en el río y se lanzó a firmar una actuación memorable.
A pesar de la diferencia de edad, ambos mostraron idéntica pasión. El paso para atrás de Reggie para lograr los espacios que llevarían a lanzar un triple mortífero. Las sofisticadas suspensiones de un Kobe con sangre fría espeluznante para su edad. El viejo pistolero se llevó el tanteo (35 tantos frente a 28), pero los de Phil Jackson tenían mucho arsenal en su vestuario. Hubo un último hurra, un triple que Miller logró lanzar corriendo en los aclarados para volver a ser el hombre milagroso. Rick Smits levantó las manos, acostumbrado a tantas tardes de gloria. Los duendes de los aros no quisieron que entrase. LA y Kobe se llevaron el encuentro, pero The Killer permaneció con su orgullo y honor intacto.
El joven pistolero (Pacers-Bucks, primera ronda Playoffs de la temporada 1999/00)
Francisco Umbral, más allá de cierta excentricidad auto-promocionada, ha sido una de las mejores plumas del pasado siglo en lengua castellana. Pese a su enorme talento, cuando un nuevo columnista llegaba a la ciudad, el viejo y reputado maestro solía decir: "Otro pistolero que viene a matarme y conseguir el puesto". Tal vez sintió eso la estrella consolidada que era Reggie Miller cuando un tal Ray Allen se presentó a las órdenes de George Karl para asaltar su trono en Indiana. Un escolta fino, atlético y con una suspensión exquisita.
Ambos estaban abastecidos por bases de primer nivel. Sam Cassell y su ronca voz daban las instrucciones para que Allen pudiera tener disparos cómodos. Mark Jackson y su fiabilidad dibujaban con certero compás las asistencias que debían llegar a su jugador franquicia. Miller fue calentando la voz cual estrella de rock para dejar lo mejor al final. Allen había salido como Luke Skywalker para imponer sus filigranas. Como Darth Vader, el veterano killer sacudió la coctelera y fue haciéndose cada vez más gigantesco.
Incluso sus compañeros se rompían las manos aplaudiendo. Todo el Conseco festejó el pase en un encuentro a muerte súbita. A falta de un minuto, un nuevo triple del de siempre. Con 41 tantos, conservaba su corona. Mucho tiempo después, Ray Allen rompería su récord de tiros de tres convertidos. El entonces jugador de los Celtics corrió a abrazarse con Miller, ya convertido en comentarista de prestigio. Se cerraba un círculo.
8 puntos en 9 segundos (Madison Square Garden, 7 de mayo de 1995)
Cualquier gran artista tiene sus centros de inspiración. Reggie Miller poseía una buena relación con las musas del basket, pero en el Madison Square Garden, sencillamente, le llevaban en volandas. No obstante, nunca volvió a estar tan inspirado como en la abertura de las semifinales del Este. Spike Lee, prolífico director y fan a muerte de los Knicks, siempre buscaba picar al mejor jugador contrario. Miller lo sabía y le seguía el juego maravillosamente. No tiene nada de extraño que acabasen siendo amigos tras años de pleitos verbales.
Hasta ese día era solamente un duelo de Playoffs. Gracias a la magia del escolta de Larry Brown sería una rivalidad eterna. El electrónico lucía 105-99 a escasos segundos del final. A pesar de los esfuerzos de un heroico Rick Smits, Patrick Ewing y los feroces pretorianos escogidos por Pat Riley iban a festejar el triunfo. Miller clavó un triple inverosímil que parecía el típico gesto de calidad que sirve para la honrilla en el tanteo final. No obstante, todos los Pacers se abalanzaron en el saque de banda. Lo que pasó entonces pertenece a la leyenda. El balón a ninguna parte acabó en las manos de quien más lo deseaba.
Anthony Mason lo recordaba como una pesadilla. Miller ni dudó y volvió a lanzar un triple. Por supuesto, entró. Nadie en la Gran Manzana se lo creía. Los duendes de los aros hicieron que el siguiente rebote defensivo del escolta le mandase a la línea de tiro libre. John Starks, uno de los mejores tiradores del campeonato, había errado los suyos. La hazaña estaba hecha. En una serie que tuvo de todo y fue recordada en un memorable documental de la ESPN, los Pacers se llevaron la serie a siete partidos. Habrían vencido a cualquiera aquel año, simplemente, no pudieron con The Killer.
Black Mamba versus The Killer (Conseco Fieldhouse, Finales de la NBA 2000, Cuarto Juego)
Ahora comandaba en la banca Larry Bird. Aquel tirador infalible de los Boston Celtics, el "paleto" de French Lick que tenía una de las mentes más afiladas en la historia del basket. Con Reggie Miller como estrella, El Pájaro llevó a siete partidos a los todopoderosos Bulls de Michael Jordan. Ahora habían logrado las ansiadas Finales de la NBA. Nuevamente, el escolta se cruzó con aquella mole imparable y veloz apellidada O´Neal. Pero ahora lucía el púrpura y oro de LA. Para colmo de males, Hollywood le había dado al escudero soñado en un joven prodigio llamado Kobe Bryant.
Los dos primeros encuentros en el Staples fueron tiranizados por el imbatible pívot. De vuelta a Indiana, los Pacers se lamieron sus heridas para robar el tercero. Todo el mundo sabía que el cuarto sería el choque bisagra. Miller, cuestionado por sus problemas en los primeros partidos, sacó su clase a pasear y no se amilanó ante la pegajosa marca de Brian Shaw o que Robert Horry patrullase la zona por si entraba a canasta. El escolta iba llevando a los suyos en volandas, mientras O´Neal se ponía en problemas de personales. Bryant olfateó la sangre en el río y se lanzó a firmar una actuación memorable.
A pesar de la diferencia de edad, ambos mostraron idéntica pasión. El paso para atrás de Reggie para lograr los espacios que llevarían a lanzar un triple mortífero. Las sofisticadas suspensiones de un Kobe con sangre fría espeluznante para su edad. El viejo pistolero se llevó el tanteo (35 tantos frente a 28), pero los de Phil Jackson tenían mucho arsenal en su vestuario. Hubo un último hurra, un triple que Miller logró lanzar corriendo en los aclarados para volver a ser el hombre milagroso. Rick Smits levantó las manos, acostumbrado a tantas tardes de gloria. Los duendes de los aros no quisieron que entrase. LA y Kobe se llevaron el encuentro, pero The Killer permaneció con su orgullo y honor intacto.
El joven pistolero (Pacers-Bucks, primera ronda Playoffs de la temporada 1999/00)
Francisco Umbral, más allá de cierta excentricidad auto-promocionada, ha sido una de las mejores plumas del pasado siglo en lengua castellana. Pese a su enorme talento, cuando un nuevo columnista llegaba a la ciudad, el viejo y reputado maestro solía decir: "Otro pistolero que viene a matarme y conseguir el puesto". Tal vez sintió eso la estrella consolidada que era Reggie Miller cuando un tal Ray Allen se presentó a las órdenes de George Karl para asaltar su trono en Indiana. Un escolta fino, atlético y con una suspensión exquisita.
Ambos estaban abastecidos por bases de primer nivel. Sam Cassell y su ronca voz daban las instrucciones para que Allen pudiera tener disparos cómodos. Mark Jackson y su fiabilidad dibujaban con certero compás las asistencias que debían llegar a su jugador franquicia. Miller fue calentando la voz cual estrella de rock para dejar lo mejor al final. Allen había salido como Luke Skywalker para imponer sus filigranas. Como Darth Vader, el veterano killer sacudió la coctelera y fue haciéndose cada vez más gigantesco.
Incluso sus compañeros se rompían las manos aplaudiendo. Todo el Conseco festejó el pase en un encuentro a muerte súbita. A falta de un minuto, un nuevo triple del de siempre. Con 41 tantos, conservaba su corona. Mucho tiempo después, Ray Allen rompería su récord de tiros de tres convertidos. El entonces jugador de los Celtics corrió a abrazarse con Miller, ya convertido en comentarista de prestigio. Se cerraba un círculo.
Guerras de mayo (Semifinales del Este, cuarto partido del Madison, Playoffs 1998)
Comenzó muy bien. John Starks llevaba dos de tres en tiros de campo. El escolta que osó hacer un mate delante de Michael Jordan seguía siendo un estandarte de la Gran Manzana. Era un día grande, había que impedir que el enemigo de siempre, los Pacers, tomase una ventaja decisiva en la serie. Pero cometió un error. Un codazo sobre Reggie Miller. Hasta ese momento, el antiguo verdugo estaba siendo relativamente discreto.
Conforme avanzaba la noche, The Killer se iba viniendo arriba. Hay jugadores que en atmósferas hostiles dan lo mejor de sí. Con todo, falló un lanzamiento exterior en el último cuarto que hizo suspirar de alivio a los Knicks. Pero, con 102-99 para los locales, quedando cinco segundos... la circulación de los pupilos de Larry Bird acabó en las manos del de siempre. Un tipo con confianza que no se detendría a pensar mucho en el fallo anterior.
A pesar de la energía aportada por jugadores como Larry Johson y la siempre serena presencia de Ewing, el desgaste local hizo mella en la prórroga. Miller siguió bombardeando e incluso se permitió un mate, recurso que no explotaba, pero también dominaba en carrera. Por aquel entonces, tenía socios como Chris Mullin, otro tirador de leyenda del Oeste. Era una jornada de Playoffs en el Madison. Tiempo de Miller, tiempo de un killer.
A pesar de la energía aportada por jugadores como Larry Johson y la siempre serena presencia de Ewing, el desgaste local hizo mella en la prórroga. Miller siguió bombardeando e incluso se permitió un mate, recurso que no explotaba, pero también dominaba en carrera. Por aquel entonces, tenía socios como Chris Mullin, otro tirador de leyenda del Oeste. Era una jornada de Playoffs en el Madison. Tiempo de Miller, tiempo de un killer.
- Reggie Miller versus Shaq 1995
- Reggie Miller 8 puntos en 9 segundos
- Kobe versus Reggie Miller (2000)
- El joven y el viejo pistolero
- El Terror del Garden
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
- https://www.opencourt-basketball.com/15-years-later-reggie-miller-talks-malice-at-the-palace/
- http://millerreggie.web.fc2.com/capt_pacers_magic_shaq1.jpg
- https://www.nba.com/pacers/eight-points-about-8-points-9-seconds
- https://twitter.com/alfredogr_98/status/1134257520736780288
- https://www.sportball.es/reggie-miller-equipos-y-stats/
- https://8points9seconds.com/2017/11/05/pacer-knicks-rivalry-remembered/
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