Never shall me down

Zalgirio Arena. Todo parece inundado de un verde alegre. La ciudad de Kaunas respira al mismo ritmo que los jugadores del Zalgiris. No ha sido un comienzo fácil en la Euroliga. Máxime con el listón que esa escuadra puso el curso pasado, cuando fueron capaces de ir de milagro en milagro para colarse en la Final Four. El casillero de triunfos seguía a cero, además de recibir una visita tan incómoda como el Real Madrid de Pablo Laso. Nada de eso importaba a más de 15.000 almas dispuestas a divertirse. 

La forma de enfocar el basket en Lietuva es muy especial. Sergio Scariolo recordaba admirado cómo en el Eurobasket de 2011, la Lituania de promesas como Valanciunas y veteranos como Sarunas Jasikevicius sufría una eliminación histórica ante la Macedonia de Bob McCalebb. Un Maracanazo terrible. La afición no dejó de alentar y apoyar a su selección en los partidos restantes, tampoco la tomó con los combinados que seguirían disfrutando de las eliminatorias por las medallas. 

Probablemente, sea el reflejo del enamoramiento que sufrieron en 1992, cuando el país se recompuso y de la mano de Arvydas Sabonis se convirtió en el ojito derecho de las canchas de Barcelona. Si Magic, Jordan y Bird llevaban un Dream Team, el otro equipo que también hizo soñar fueron aquellos atletas de verde chillón que tiraban triples con alegría y poseían a un gigante que pasaba la bola mejor que cualquier base. El Zalgiris salió con la confianza de que los suyos no le dejarían solo ante el Madrid. 

En la banda, precisamente el propio Sarunas Jasikevicius. Pese a su juventud, Saras cuenta con varias ventajas para trasmitir a sus pupilos en la pista. El hombre que tuvo a los imbatibles Estados Unidos a un triple de la muerte súbita, bronce olímpico, oro europeo y coleccionista compulsivo de Euroligas, sus jugadores son conscientes de que su míster es una leyenda en el Viejo Continente. De hecho, en tierra patria, el genial ex base es casi una religión. 

Con poco tiempo a sus espaldas, ya ha llevado al club a viejos hitos que se remontaban a los días de gloria del mítico Kurtinaitis. No le ha importado desafiar a ogros como el poderoso Olympiacos o rebatir micrófono en mano a un zorro astuto como Pesic cuando le ha buscado las cosquillas, tampoco ante la prensa si decidía dar a uno de sus cracks días de descanso en plenos Playoffs porque había sido padre recientemente. La pasión se contagia y eso permite superar bajas como haber perdido a una bestia de la talla de Brandon Davies. 

Zach LeDay, uno de los miembros de la plantilla de quienes se esperaba un paso al frente, no defraudó. Versatilidad y mates para levantar a una grada que necesita muy poco estímulo para alentar. Crearon la atmósfera para aprovechar las tempranas faltas personales de Facundo Campazzo, generando ese efecto de caldera donde la energía entre aficionado y deportista tiene viaje de ida y vuelta. 

Por supuesto, llegó la reacción, suele ocurrir cuando hay delante un rival con ribetes del campeón. Jaycee Carroll ponía su cara de asesino silencioso, mientras que la grada hacía su trabajo, seguir alentando, sin importar los cambios en el marcador. Grigonis batió a Sergio Llull con las propias armas del icono merengue, saltando a luchar por una bola perdida y logrando dirigir la contra con éxito para delirio de la arena. 

Con el recuerdo fresco de lo que le había pasado a un histórico de talla del Maccabi Tel Aviv en la capital española, Ullanovas tomó las riendas para anotar una daga, un triple de esos que la factoría de Pablo Laso produce con superávit. Las tornas se cambiaron aquella jornada y fue LeDay quien rapiñaba todos los rebotes ofensivos que llegaban a sus manos. Cual gran familia, los suplentes verdes en el banquillo festejaban cada acción, acariciando el primer triunfo en el presente curso de la Euroliga. 

La festejaron con entusiasmo y prudencia. En el resto de Europa... es solamente baloncesto. En Lietuva, es una forma de entender el deporte maravillosa.