Desde el primer momento, ha sido un Mundial poco dado a los engaños. Sergio Scariolo, entrenador con más de veinte mil leguas recorridas, advertía que la selección española de basket tenía menos talento que en otras ocasiones. Tan simple como eso. Lo cual no quería decir que fuera una mala escuadra, todo lo contrario. Tampoco que no fueran a competir. Ningún conjunto con nombres como Marc Gasol, Rudy Fernández o Sergio Llull podría pretender no estar entre los favoritos. Pero la mochila se aflojó. No se pensó en Estados Unidos antes de tiempo ni en que cualquier cosa que no fuera oro sería un fracaso.
Con calma, se hizo una primera fase efectiva, aunque sin el brillo de Serbia, por ejemplo. Desde aquel polémico primer torneo, la afición se ha acostumbrado al sistema de menos a más que es tan habitual al técnico italiano. Sin prisa pero sin pausa, cuando llegó la segunda fase no hubo trampas traicioneras. Acostumbrados a monstruos en ataque como Navarro o Garbajosa (ahora flamante presidente de la Federación), este combinado supo sufrir en las barricadas. Lo probó Djordjevic en el primer test de nota en territorio chino. Los méritos de Claver y cía llevaron a una inyección de confianza que permitió encarar las eliminatorias con la tranquilidad de quien sabe que competirá hasta el final.
En todo este proceso, Ricky Rubio iba creciendo. Acostumbrados a verle como el niño prodigio de la Penya, ahora nos hemos hallado ante un samurái curtido, el floor general que se ha recorrido toda la NBA. Su paso adelante insuflaba optimismo por su capacidad de generar juego ajeno y lograr puntos propios. Previamente, antes de que llegarán los grandes nombres, debemos rememorar la fase de las ventanas, a esos currantes de lo que sentirnos tan orgullosos. Un bello (y justo detalle) que vayan a recibir asimismo un oro del que son partícipes en grado importante.
En esa prudencia, se sabía que tocaría sufrir. La prueba de fuego llegó en semifinales, ante una Australia que había logrado la alquimia de un juego coral preciocista y un Patty Mills en estado de gracia, sin que las dos realidades se estorbasen. Joe Ingles, en un nivel inconmensurable todo el torneo, era el comodín de un seleccionado donde Baynes se convirtió en un hambriento coleccionista de rebotes, con gente como Dellavedova haciendo un trabajo digno de Ron Harper, intendencia de cinco estrellas.
El precedente en los Juegos Olímpicos invitaba a la cautela. En Río de Janiero hizo falta el mejor Pau Gasol y una falta absurda concedida para desembarazarnos de los correosos canguros. Pero China sobrepasó cualquier expectativa. Dos prórrogas en un partido feroz, una oda a la capacidad de supervivencia. La sangre fría de Marc Gasol en los tiros libres, la resurrección de Llull justo a tiempo y un Ricky incombustible permitieron la hazaña, aunque, nuevamente, fue un esfuerzo de todos. Secundarios de lujo como Pau Ribas o Claver entendían de maravilla su papel.
Aguardaba la sorpresa del campeonato, una Argentina rejuvenecida, sabiamente comandada por Sergio "Oveja" Hernández y con un Luis Scola en tintes legendarios. El último Tercio de la Generación Dorada emocionó a propios y extraños ante Serbia, conmovió ante Francia y demostró que su sacrificio físico valió la pena, asegurando el metal para un combinado con hambrientos edecanes. Campazzo y Laprovittola estaban en un sueño del que no querían despertar. Paralelamente, Popovich demostró su grandeza al negarse a justificar con las ausencias estadounidenses la caída en cuartos de final. Es fácil ser generoso cuando se gana tanto, pero la categoría humana del arquitecto de San Antonio en la derrota mundialista únicamente confirma que su valía personal sobrepasa a sus amplios conocimientos técnicos.
"España dominó de punta a punta. Tienen un equipo terrible. No nos faltó intensidad ni entusiasmo, todo lo que ocurrió fue por mérito de ellos". Sergio "Oveja" Hernández es un entrenador atípico, uno de los que se saltan varios tópicos. Suele terminar sus charlas de pizarra con un tranquilo "¿Queda claro?" antes que un grito tribunero. Solamente se le vio enfadado una vez en el torneo, tras el arranque de la finalísima, recordó a los titulares "Acá tengo siete más que quieren jugar".
Y la albiceleste se recondujo. Hizo la goma para mantenerse, aunque Scariolo diseñó un inteligente sistema de alternativas defensivas para Scola. Ante un pívot imprevisible y anotador compulsivo, el técnico italiano logró aturdir al astro, quien no tuvo un punto de referencia donde poder comenzar a trabajar. Los Hernangómez entendieron el partido de maravilla, nuevamente, desde atrás se colocaban los cimientos de todo. Marc Gasol siguió haciendo su trabajo sin aflojar el acelerador.
Por ello, hay que valorar las palabras de Hernández. No ha sido populista con los vientos al favor. Los milagros cotidianos de su cuadro llevaron a algunos medios sensacionalistas del deporte a utilizar su éxito para atizar al fútbol. Al igual que Scola, su entrenador es zorro viejo de olfato fino como para confundirse. Ante el exitismo y el "ganar o morir", recordó que la plata es testimonio de un gran trabajo, de que quienes llegan a esas instancias es por organización, medios y mimo antes que testosterona mal entendida. Al igual que Popovich, se fue sin ganar el premio gordo, pero no tuvo nada que reprocharse. Estaba orgulloso de sus pibes, aceptando que, a diferencia de Atenas 2004, había alguien incluso mejor que su cuadrazo.
En el desenlace, todo cayó por su propio peso. Base ideal del torneo. MVP del choque por el oro. Mejor jugador del Mundial. Ante Kobe Bryant, el mito que presenció en la pista su lesión, Ricky Rubio concluía un largo viaje. Fueron cuartos de dominio milagroso, habida cuenta de las ganas que Campazzo y Laprovittola tenían de robar cualquier balón. Pero él dominó, regateó y sedujo a toda la grada China.
No es su primer gran éxito, pero quizás sea el que ha consolidado su liderazgo y madurez. Cuando un tipo afirma que es más importante una fundación contra el cáncer que un triunfo profesional internacional, ha comprendido perfectamente de qué va la vida. "Solamente es baloncesto, pero estoy feliz, he disfrutado como un niño". Con él, se ha vuelto al patio de recreo, hemos sido felices viendo pases imposibles y cómo ha mejorado su tiro.
Longwang, el Rey Dragón, sencillamente, magia sobre el parquet...
En esa prudencia, se sabía que tocaría sufrir. La prueba de fuego llegó en semifinales, ante una Australia que había logrado la alquimia de un juego coral preciocista y un Patty Mills en estado de gracia, sin que las dos realidades se estorbasen. Joe Ingles, en un nivel inconmensurable todo el torneo, era el comodín de un seleccionado donde Baynes se convirtió en un hambriento coleccionista de rebotes, con gente como Dellavedova haciendo un trabajo digno de Ron Harper, intendencia de cinco estrellas.
El precedente en los Juegos Olímpicos invitaba a la cautela. En Río de Janiero hizo falta el mejor Pau Gasol y una falta absurda concedida para desembarazarnos de los correosos canguros. Pero China sobrepasó cualquier expectativa. Dos prórrogas en un partido feroz, una oda a la capacidad de supervivencia. La sangre fría de Marc Gasol en los tiros libres, la resurrección de Llull justo a tiempo y un Ricky incombustible permitieron la hazaña, aunque, nuevamente, fue un esfuerzo de todos. Secundarios de lujo como Pau Ribas o Claver entendían de maravilla su papel.
Aguardaba la sorpresa del campeonato, una Argentina rejuvenecida, sabiamente comandada por Sergio "Oveja" Hernández y con un Luis Scola en tintes legendarios. El último Tercio de la Generación Dorada emocionó a propios y extraños ante Serbia, conmovió ante Francia y demostró que su sacrificio físico valió la pena, asegurando el metal para un combinado con hambrientos edecanes. Campazzo y Laprovittola estaban en un sueño del que no querían despertar. Paralelamente, Popovich demostró su grandeza al negarse a justificar con las ausencias estadounidenses la caída en cuartos de final. Es fácil ser generoso cuando se gana tanto, pero la categoría humana del arquitecto de San Antonio en la derrota mundialista únicamente confirma que su valía personal sobrepasa a sus amplios conocimientos técnicos.
"España dominó de punta a punta. Tienen un equipo terrible. No nos faltó intensidad ni entusiasmo, todo lo que ocurrió fue por mérito de ellos". Sergio "Oveja" Hernández es un entrenador atípico, uno de los que se saltan varios tópicos. Suele terminar sus charlas de pizarra con un tranquilo "¿Queda claro?" antes que un grito tribunero. Solamente se le vio enfadado una vez en el torneo, tras el arranque de la finalísima, recordó a los titulares "Acá tengo siete más que quieren jugar".
Y la albiceleste se recondujo. Hizo la goma para mantenerse, aunque Scariolo diseñó un inteligente sistema de alternativas defensivas para Scola. Ante un pívot imprevisible y anotador compulsivo, el técnico italiano logró aturdir al astro, quien no tuvo un punto de referencia donde poder comenzar a trabajar. Los Hernangómez entendieron el partido de maravilla, nuevamente, desde atrás se colocaban los cimientos de todo. Marc Gasol siguió haciendo su trabajo sin aflojar el acelerador.
Por ello, hay que valorar las palabras de Hernández. No ha sido populista con los vientos al favor. Los milagros cotidianos de su cuadro llevaron a algunos medios sensacionalistas del deporte a utilizar su éxito para atizar al fútbol. Al igual que Scola, su entrenador es zorro viejo de olfato fino como para confundirse. Ante el exitismo y el "ganar o morir", recordó que la plata es testimonio de un gran trabajo, de que quienes llegan a esas instancias es por organización, medios y mimo antes que testosterona mal entendida. Al igual que Popovich, se fue sin ganar el premio gordo, pero no tuvo nada que reprocharse. Estaba orgulloso de sus pibes, aceptando que, a diferencia de Atenas 2004, había alguien incluso mejor que su cuadrazo.
En el desenlace, todo cayó por su propio peso. Base ideal del torneo. MVP del choque por el oro. Mejor jugador del Mundial. Ante Kobe Bryant, el mito que presenció en la pista su lesión, Ricky Rubio concluía un largo viaje. Fueron cuartos de dominio milagroso, habida cuenta de las ganas que Campazzo y Laprovittola tenían de robar cualquier balón. Pero él dominó, regateó y sedujo a toda la grada China.
No es su primer gran éxito, pero quizás sea el que ha consolidado su liderazgo y madurez. Cuando un tipo afirma que es más importante una fundación contra el cáncer que un triunfo profesional internacional, ha comprendido perfectamente de qué va la vida. "Solamente es baloncesto, pero estoy feliz, he disfrutado como un niño". Con él, se ha vuelto al patio de recreo, hemos sido felices viendo pases imposibles y cómo ha mejorado su tiro.
Longwang, el Rey Dragón, sencillamente, magia sobre el parquet...
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
- http://www.rtve.es/deportes/20190831/ricky-lidera-reaccion-espana-para-superar-tunez-claridad/1978079.shtml
- https://digitalsevilla.com/2019/09/13/espana-gana-a-australia-en-la-semifinal-del-mundial-de-baloncesto-y-pasa-a-la-final/
- https://www.futbolargentino.com/deportes/noticias/sergio-hernandez-entrenador-de-la-seleccion-argentina-de-baloncesto-hablo-antes-de-la-final-con-espana-241170
- https://www.20minutos.es/deportes/noticia/ricky-rubio-mvp-mundial-baloncesto-2019-3764258/0/
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