Never shall me down

Siguen estando allí. Han pasado cosas estas temporadas en la ACB. Asistimos a la decadencia absoluta de un gran dominador, el Barcelona. Surgieron proyectos sólidos como Valencia Basket y Baskonia. Ahora presenciamos un paulatino regreso (dos Copas del Rey) de los blaugranas por el esfuerzo de Pesic. Sin embargo, el denominador común es que el Real Madrid de Pablo Laso siempre está. 

Esta temporada no lograron el torneo del KO y cayeron en un brutal duelo ante el CSKA. Curso notable para cualquier otra escuadra que no esté tan hambrienta de ganar como ellos. Los blancos avanzaron cual rodillo en sus dos eliminatorias. Curiosamente, en el otro lado del cuadro el Barça hizo lo propio. Más de una persona habrá recordado en el Palau esa racha depresiva que costó el liderato. Y es que la ventaja de campo es muy importante. 

No era la batuta de Amadeus que Doncic solía usar, tampoco el pellizco con duende de Sergio Rodríguez. Este Madrid es más terrenal, aunque igual de luchador. Facundo Campazzo ha obtenido un merecido MVP, si bien diagnostica cómo se ha luchado esta final. El profesional argentino es un tipo esforzado, mucho corazón y va al límite en defensa. En resumen, un fichaje estupendo pero que para gente como Heurtel o Pangos debería haber estado en un nivel alcanzable. No ha sido así, el crack blanco ha sido más constante que Pangos y decidió en el día D y la hora H a diferencia del francés. Nuevamente, la cuestión del deseo. Seguimos con la percepción de que el resto de la ACB espera que la racha merengue termine por decadencia; pues eso no va a pasar mientras Alberto Herreros y otras cabezas pensantes estén allí. A los de Laso solamente se les puede destronar (y con suerte) si se tiene la misma voracidad. Actualmente nadie en la liga española cumple ese requisito. 

Previamente, se produjo el segundo partido. Un choque lindo decidido en décimas de segundo. Probablemente, la moraleja de muchas cuestiones. Revistas tan importantes como Gigantes del Basket parecieron preocupadísimas por la canasta polémica de Tomic en la final de Copa. Los pasos de Sergio Llull antes de que la bola llegase a Jaycee Carroll no merecieron tal lupa. De haber fallado el francotirador mormón (lo cual es complicado por su maravillosa técnica y capacidad de fintar), existían ya una catarata de comentarios en algunos mentideros sobre el ritmo físico impuesto por Pesic en defensa y las faltas no señaladas. 

Es el forofismo del fútbol llevado a unas canchas que antes se habían librado al menos de eso. Lo cierto que los blaugranas tuvieron muchas oportunidades de cerrar el duelo y no lo hicieron. Al Madrid de Laso hay que respetarlo mucho y temerlo poco. Esperando el rebote del tiro libre, los culés reflejaron nervios y poca concentración. El balón terminó llegando a un Rudy heroico que sí lo quiso. Quedarse expectante tiene ese efecto. Cuando el Madrid cayó ante el CSKA, lo peor que hizo el técnico vitoriano tan laureado fue dar eco a quienes hablaron de los colegiados. 

Lo mismo se aplica al 2-0 con el que viajaron los líderes de la ACB. En el túnel de vestuarios se oyó de todo. Poco importante. Se entienden las pulsaciones y que Llull, como el mismo ha dicho, ha tenido dos años muy duros. Lo único que mueve a la irónica sonrisa es que si el próximo curso a Oriola se le ocurre hacer algo parecido se pondrán otras maquinarias de portadas a funcionar. Es la percepción de que hay un triunfalismo algo megalómano que se solapa a la legítima hinchada del Madrid y que el Barcelona, pese a Cruyff y Epi, sigue muchas veces resignado a un provincianismo victimista que solo puede desembocar en autolesiones competitivas.

El tercero fue un ejercicio de supervivencia. El Palau se puso sus mejores galas e intentó recordar días de gloria. Existían dudas por decisiones tácticas como la desaparición de Séraphin, algo que ayudó (todavía más) a que Walter Tavares fuera inmenso en todos los lados de la cancha, con algunas jugadas que parecían propias de un duelo de hombres contra niños. El Madrid volvió a mandar en el cuarto, atando en corto a Heurtel de una forma efectiva. Hasta ese choque el mejor de los catalanes, el francés se vio absolutamente aislado e irrelevante. 

Felipe Reyes lo festejó con ganas. Jugador histórico y de trayectoria indiscutible, su falta de minutos en esta final y la Euroliga puede que le hicieran hacer querer emular a Pat Riley, prometiendo otro título el siguiente año. Potencial tienen para ello, pero no deja de ser una discordancia con las taciturnas maneras cuando el viento no sopla a favor. Su relación con Laso será estable mientras se gane en la cancha. Campazzo sumó el MVP, si bien Tavares hizo nos pocos merecimientos. Por su lado, Rudy dio una lección de entereza y aprovechamiento de recursos. 

A nivel de comentarios se puede hablar bastante o poco. Que quizás una plataforma cerrada no sea la mejor manera de difundir el campeonato ACB en su gran fiesta. Que vuelve a haber un abismo notable entre los dos grandes y el resto de competidores (aunque proyectos como el de Pedro Martínez en el Valencia lograron cosas heroicas). Sobre lo representado (o no) que ha estado cada una de las escuadras también. A veces, las amenazas de abandonar la liga de un sector de la directiva blanca actual (no se habla aquí de la afición) producen entre ternura y socarronería. 

Sobre lo visto en pista, el Madrid ganó en feudo enemigo porque lo quiso siempre más. Buscaron su tempo y, cuando no lo encontraban, se rebelaron ante ello. Por su lado, el entorno culé tan famoso sigue sin saber qué le pasa a esta sección. Y eso es lo que le pasa. Si alguien no admite que tiene un problema, es casi imposible ayudarlo. Paralelamente, el gran oponente seguirá acumulando liga tras liga. Es lo que pasaba unas décadas, pero al revés. Y entonces también se buscaban excusas pobres que nada tenían que ver con la canasta.