Never shall me down

Ha sido una andadura plagada de dificultades. Cuando Kawhi Leonard abandonó un barco tan fiable como los San Antonio Spurs, generó muchas dudas. No pocos nos preguntábamos cómo le iría a uno de los jugadores más completos de la actual NBA sin la sabia guía de Popovich, su descubridor, uno de los mejores técnicos de la Historia, quien soñaba con convertirlo en su nuevo Tim Duncan, un faro para el proyecto de los texanos. 

El cambio de cromos con DeMar DeRozan fue un duro golpe en Toronto. Enviado a El Álamo, DeRozan se granjeó una merecida reputación como chico modélico, alguien fiel al proyecto de los Toronto Raptors y a quien la gerencia trataba con una frialdad de estudio mercantil. No obstante, hoy toca aplaudir una decisión de despachos valiente y que ha salido admirablemente. En tierras canadienses se agitó la coctelera y se estudiaron los antiguos reveses en Playoffs. 

Ante Magic y Sixers, Leonard y su nuevo equipo calentaron motores. El anteriormente conocido como Air Canada Centre ha vivido no pocos reveses, los propios de un proyecto joven que se mide con rivales históricos. Aquel legendario duelo entre Vince Carter y Allen Iverson se saldó con un dramático séptimo choque donde "Vinsanity" tuvo el tiro ganador. Por no hablar de la tortura psicológica a la que les sometió Paul Pierce militando para los Wizards: el viejo veterano se metió en la cabeza de afición y contrincantes para una eliminatoria memorable. De todo eso se aprende. 

"No one gives to you... you have to take it"- Infiltrados (2006). 

Giannis Antetokounmpo ha estado en boca de todos. No es para menos. El crack de los Bucks es el único que le ha disputado el MVP a un extraterrestre como James Harden. Para la hemeroteca quedará el recital del griego ante un club histórico, los Boston Celtics, doblegados sin piedad, un juguete roto que se movió al antojo de una de las perlas jóvenes más codiciadas por todas las gerencias. 

Con guerreros como Ibaka o Marc Gasol, Toronto supo sufrir. Un doloroso 2-0 que les hizo volver a casa pensando que o se lograba el tercero o sería imposible remontar. Aquel día se vaciaron todos. Muchos piensan que fue el momentum que les regaló aquel séptimo ante los Sixers. Las lágrimas de Embiid demostraron lo mucho que estaba en liza, claro contraste a la alegría de Leonard cuando ejecutó un afortunado disparo sobre la bocina que hizo a una ciudad volverse loca de alegría. 

El 2-2 llevó la Final del Este a otro nivel, uno que los poderosos Bucks ni imaginaron en su hoja de ruta a las finales. Nick Nurse miraba a su banquillo y siempre encontraba respuestas. Milwaukee nunca perdió tres partidos seguidos este año hasta el peor momento posible. Norman Powell, VanVleet y Siakam salían con sangre inyectada en los ojos para ser conscientes de que estaban acariciando algo histórico. 

La ilusión es una faceta que en una mercadotecnia tan efectiva como la NBA conviene no olvidar. Muchos proyectos fantásticos sobre el papel han caído, mientras que unos inesperados Raptors seguirán compitiendo en junio. Mal haría Golden State en no dar aprecio a un conjunto que no tiene absolutamente nada que perder y muchísimo que ganar en este baile. 

Lo representó muy bien Marc Gasol con su cariñoso guiño a Memphis en estos días de vino y rosas. Es similar al fenómeno de Kevin Garnett con Minnesota cuando, al fin, encontró una dinámica ganadora en Boston. Les honra recordar la época de vacas flacas cuando hay bonanza. El norte recuerda y de esas viejas heridas ha salido más fuerte. 

Leonard, tras aquella dolorosa lesión ante los Warriors en el primer duelo (que había dominado) en el Far West, viajará por tercera vez a las Finales. Su tío habló de cuestión de confianza. En estos momentos, Toronto la tiene por las nubes.