lunes, diciembre 24

Siempre tuvo el papel más difícil en la mejor película de la NBA. Scottie Pippen, pese a ser uno de los jugadores más completos de la Historia, siempre vivió bajo sombras alargadas. Formado en las ligas de desarrollo, su evolución física tan extraña en los años decisivos de formación le convirtió en un arma muy versátil, el sueño de cualquier técnico en defensa y ataque. Sin embargo, fueron dones poco fáciles de apreciar en un highlight, poca audiencia de los Chicago Bulls sabían exactamente qué había fichado el olfato fino de Jerry Krause. 



Los primeros años fueron particularmente duros. Delgado y con más de 2 metros de altura, no quedaba muy claro qué podía hacer aquella criatura a quien un compañero de vestuario como Charles Oakley podía levantar sin apenas esfuerzo con un brazo. Conforme pasaban las campañas, quedaba claro que el tipo que podía ocupar las cinco posiciones era el complemento ideal de un genio incomparable, el explosivo dorsal 23, el único e irrepetible Michael Jordan. Lejos de ser positivo para el gran público, aquello era un motivo más para atizarle. 



Jordan era tan excepcional y llenaba tanto los ojos que nadie en la Ciudad del Viento iba a responsabilizar al mito de los reveses en Playoffs. Tampoco a otros compañeros menos dotados y que siempre buscaban cumplir. Por ello, Scottie pagaba el peaje. "No ha hecho lo suficiente, no da todo lo que tiene...". Hubo momentos especialmente dolorosos con los Detroit Pistons. Incluso cuando llegó la gloria del anillo, la estampa más recordada eran los vuelos majestuosos de MJ, mientras que los analistas subrayaban la defensa de matrícula de honor que su escudero hacía a una leyenda como Magic Johnson. 


Formando una pareja mortal a ambos lados de la cancha, Jordan y Pippen llevaron a tres títulos consecutivos a la franquicia. La retirada del primero dejó al maestro Phil Jackson y al número 33 ante todo un reto. No fracasaron bajo ningún concepto, siendo el segundo un candidato al MVP hasta la última jornada. Por desgracia, ocurrió el episodio de la discusión con Toni Kukoc en la semifinal del Este ante los New York Knicks (ganada en siete juegos con partidos trepidantes y polémicas arbitrales). Hoy en día sigue siendo ese instante más recordado que el magnífico desempeño de nuestro protagonista en pista. 



Por ello, la jornada navideña de 1994 fue muy especial. Toda Chicago quería revancha ante los pupilos de Pat Riley, demostrarles a los chicos de la Gran Manzana que incluso sin Jordan eran su rival a batir. Venía de visita Patrick Ewing, uno de los mejores pívots del mundo y amigo personal del retirado mito 23. Pippen seguía a la suya, liderando a los Bulls en todas las facetas estadísticas del juego que se podían imaginar (rebotes, puntos, asistencias, robos, etc.). 



Por aquel entonces, Toni Kukoc, el gran talento croata, ya estaba plenamente asentada en el conjunto. El partido era un plato fuerte que el avispado David Stern ofrecía en la parrilla televisiva. Siempre el mejor duelo posible, el Comisionado colocaba los focos en la rivalidad de las dos ciudades del Este con escuadras más potentes en aquel instante. Sin MJ. Pippen sabía que buena parte de las responsabilidades recaían en él. Y el fiel escudero no falló cuando le pidieron ser primer caballero. 


La tensión iba en aumento. Los Knicks eran muy rocosos y estaban perfectamente comandados por Riley en la banca. Pippen aceptaba los retos y entraba a canasta pese a la oposición de gentes como Mason, quien era un verdadero trabajador bajo tableros. Oakley, el antiguo Bull intentaba salvar una fuera justo para encontrarse que el antiguo novatillo con el que bromeaba ya era un All Star que recuperaba el esférico para hacer un precioso mate a una mano. Kukoc y Scottie se combinaban en ataque, si bien era el segundo quien lideraba las barricadas defensivas con su versatilidad. 



Todo parecía estar resuelto cuando Steve Kerr despejaba la bola a apenas unos segundos de tocar la bocina. Hubert Davis lo agarró e hizo una filigrana maravillosa para lanzar un disparo de tres puntos que dejó petrificado al rubio jugador de los Bulls. Acostumbrado a tiros milagrosos, en aquella ocasión le tocó la otra moneda. En la prórroga, Pippen tomó el mando de las operaciones y se convirtió en la extensión de Phil Jackson. 



Con ganchos a lo Abdul Jabbar y empezando las jugadas que él mismo acababa, Pippen firmó 36 puntos y 16 rebotes en una actuación estelar. Ese mismo curso, ante lo rumores del posible regreso de MJ, dejó una imagen para la leyenda ante las cámaras de televisión. Señaló su zapatilla con el mito reflejado e hizo el inequívoco gesto de "Esperamos tu vuelta". Era el primer paso para otro three-repeat. Mientras, el bueno de Scottie había demostrado que Santa Claus seguía dejando regalos en el United Center. 



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