lunes, abril 16


Kia Nurse corría mientras todo el pabellón de Colombus (Ohio) contenía la respiración. Aquel robo de balón era más que una estadística. Parecía imposible lo que estaba sucediendo, una demostración más de que el basket es mágico. Las jugadoras de las UConn Huskies estaban 79-74 abajo en las pasadas semifinales frente a Notre Dame. Faltaban poco más de veinte segundos. Un triple a lo Ray Allen de Napheesa Collier (quien se disparó a los 24 puntos) y la heroicidad de Nurse preservaban el año invicto de su universidad, uno de los programas más reputados dentro de las canchas. 



La maldición parecía superada. Si recuerdan, el año pasado la historia fue bastante similar. Inmaculada trayectoria de la UConn, justo para ir a la prórroga que forzó una milagrosa canasta de Morgan Williams, jugadora estelar de Mississippi State. Aquel día se borraron más de cien partidos brillantes por un golpe de mala suerte. Tan simple e injusto como eso. Ahora, todo parecía superado y los bravos esfuerzos de las pupilas de Muffet McGraw durante cuatro cuartos se antojaban estériles. El partido se estaba convirtiendo en un clásico instantáneo. Pero quedaba lo mejor. 



Los cinco minutos extra fueron de constante intercambio de golpes. Nadie parecía quedarse KO, siempre se encontraba una alternativa. Gabby Williams y Jessica Shepard se batían el cobre, la grada vibraba con cada acción. Si estos partidos por títulos de la NCAA suelen caer en el exceso táctico, la semifinal que disfrutamos fue un ejemplo de orden e improvisación. Los dos términos antagónicos los personificó la junior Arike Ogunbowale, quien debía dar la réplica a tres puntos majestuosos de Crystal Dangerfield. La acción parecía propia del mejor basket callejero, todo se limitó a un uno contra uno que culminó con una parábola que se hizo eterna. Geno Auriemma, un coach con un historial de servicios impresionante, reflejó la frustración de una escuadra invencible estos dos años pero que se ha topado con el mejor talento posible en las peores lides imaginables.


Louisville venía preparada para la guerra. Mississippi State se presentaba con aureola de ogro, todavía con el recuerdo fresco de su anterior participación. Teaira McCowan se postuló como la gran torre a contener (25 rebotes), aunque esa gesta fue imposible. De cualquier modo, el tempo del choque fue el que más convino a las jugadoras de escarlata, quienes supieron aplicar su disciplina para hacer cuatro cuartos magistrales. Eso les colocó, a pocas décimas del final, en la privilegiada posición de líderes con 59-56. 



McCowan volvió a utilizar su envergadura para despejar el camino a Roshunda Johnson, quien conectó un triple limpio que se clavó como la peor daga posible para sus oponentes. Después del magnífico esfuerzo de Carter y cía, todo parecía desmoronarse. Quedaba una prórroga donde podía pasar de todo, si bien Mississippi parecía hacerse una muralla gigantesca tras haberla tenido totalmente sometida durante buena parte del tercer cuarto. 



Victoria Vivians olió la sangre de la presa en el agua y empezó el tiempo extra con una parábola que valía algo más de tres puntos. Hasta ese momento, Louisville había sido una roca sin fisuras, de repente, las diaclasas empezaban a ser evidentes. Morgan Williams podía respirar tranquila, ya tiene oficialmente sucesoras en su alma mater.


Dos semifinales con prórroga. Basket ofensivo, inteligente, buenos ajustes y viveza en las pizarras para dar libertad a las jugadoras. La única duda era si este fin de semana de basket universitario femenino nos tendría reservada alguna sorpresa más. Notre Dame y Mississippi State no ofrecieron dudas al respecto. Fruto de la fiebre anotadora del viernes, la siguiente jornada fue de apretar atrás en las barricadas. Las segundas tenían la experiencia de su reciente final. Las primeras venían con la inercia ganadora del tiro milagroso.



Las irlandesas no acusaron su supuesta condición bisoña. Aceptaron el ritmo más pausado de este juego, donde la lucha por el rebote fue feroz. Por momentos, Mississippi tuvo el mando, el 30-17 habría sido inquietante para muchas escuadras. Pero en esas arenas movedizas resurgen las chicas de Notre Dame con la seguridad insultante de quien carga las cartas en la baraja por saberse favorito de la Fortuna.



La final fue menos vistosa que los brillantes partidos anteriores. Arrancó el último cuarto con 41-41. Pero la emoción fuerte iba a llegar, cómo no, a segundos del final. 58-58 en el marcador. McGraw reconoció el guiño del destino y permitió a Ogunbowale decidir qué pasaría a continuación. La jugadora volvió a rompernos los esquemas a todos. No buscó entrar a canasta, tampoco una suspensión de dos. Le dio la pausa y se inventó un triple a cámara lenta que hizo que valiese la pena la entrada al pabellón. La segunda canasta para el recuerdo. El tiro por encima de todas las cosas. Una bendición irlandesa para la Final Four.



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-https://www.youtube.com/watch?v=17qd12Ae_Mg



-https://www.youtube.com/watch?v=7B2DHVxDUE0



-https://www.youtube.com/watch?v=VBHliYnO36s