lunes, marzo 12

Algunas de las mejores cosas pueden pasar en una pachanga. Aparentemente, no tienen la presión de un partido oficial, tampoco suele haber público y se supone que nadie va a matarse por ganar un partido donde no hay nada en juego. Pero prueben a hacer una cosa. Vean un partidito en cualquier cancha que tengan cercana. Seguramente, a una zona. La chavalería echando un buen rato. Entonces, alguien tiene la feliz idea de decir: "El primer que llegue a 7 gana". De repente, todo cambia. Lo que era una banda desconcertada se convierte en una buena defensa zonal y las pedradas ante la luz floja de las farolas se convierten en forzados ojos de gato cuando se trata de lanzar un triple. Las pachangas son una tontería. Por eso queremos quedar bien en ellas. 



Hace ya varios meses se produjo uno de esos duelos amistosos entre los integrantes dos de los programas más jugones que hay en el panorama actual. "La vida moderna" se midió a "Colgados del aro". Para una generación que determinó que dormir es de cobardes y que alucina con cómo hemos cambiado en unos pocos años, se trataba casi del duelo de dos clanes hermanados aunque uno sea un programa humorístico y el otro de baloncesto. ¿O era al revés? Sea como fuere, lo que sucedió en el Polideportivo Antonio Magariños no debería ser subestimado.  



Nada inusual que fuese una cesión generosa del Estudiantes. Una grada ruidosa llamada Demencia, experta en detectar el punto flaco de la psique adversaria para golpearle por allí. Unos recuerdos que llevan a iconos madridistas como Iturriaga o Lolo Sainz o negar la sal y el aceite a los colegiales cuando les hablan de esa rivalidad que Guillermo Ortiz supo reflejar como nadie en un gran libro. Y es que el Estu siempre tuvo la mejor respuesta ante la titulitis vecina: "Ganar es de horteras". Uno de los presentes en esa horda fue Quequé, filólogo de día y azote de los grupos musicales españoles por las tardes por sus incorrecciones gramaticales. Estandarte de Moderdonia, su poca depurada técnica de tiro no esconde a uno de los humoristas más talentosos del panorama actual. 


Lo curioso del asunto es que el programa deportivo no venía tampoco interesado en los ribetes de la seriedad. Ya lo advirtieron Antoni Daimiel y Guillermo Giménez: "Nosotros no trabajamos para los puristas". Y es que cuando se está de madrugada narrando un Pacers-Nuggets que va 130-60, o tienes cultura popular y gracia para mantener al auditorio pendiente de lo que digas o se te duerme para siempre. En una época de peloteras y polémicas, "Colgados del aro" es la oportunidad de ver que quedan todavía oasis, que el eau de Pachulia aprieta pero no ahoga. 



Mención aparte para un pájaro de cuidado, Juan Manuel Iturriaga, concretamente un palomero de blogs de olfato fino (siempre está sembrado, pero aquel séptimo día Lakers-Celtics de 2010 no se podían decir más verdades sin ofender a ninguna de las dos aficiones), autor, entre otros de "Antes de que me olvide" y "Ahora que me acuerdo". Solamente le falta "Después de que recapitule", si bien el antiguo crack merengue conservó en el Margariños el viejo estilo. Como el mejor del barrio, dejó rivales lucirse para decidir con toques de etiqueta negra cuando la cosa apretaba. Se mostró especialmente cariñoso con Ignatius, ese enfant terrible de las ondas, loco de las coles y gordinflón disimulado (Losantos dixit). Una fuerza de choque en Twitter que se ama u odia, pero con un talento al alcance de pocos y a quien debemos esa joya no lo suficientemente ponderada llamada "El fin de la comedia". 



Y el canario cumplió. Incluso cuando no quedaban pulmones para hacerlo. Eso sí, el nuevo estado de Moderdonia se cimentó en el duelo por David Broncano. Exhibió no solamente capacidad de conducir bien programas, también entró a canasta con el desparpajo del pachanguero de pro. Ya era una declaración de intenciones llevar la camiseta de "Chocolate Blanco". Con todo, su gran mérito es practicar otro deporte, uno de riesgo en estos días que corren: declararse abstemio en sus monólogos, una de las pocas ecuaciones que hacen aliarse a cuñadismos y progresimos para golpear sin piedad a la desventurada víctima. Respect. 


En los 3x3 (aunque ambos equipos usaron cambios oportunos), bajo el sabio arbitraje del rey moderdonio (no es bueno que Lebron esté solo) Christopher, la química interior-exterior es fundamental. Si existieron Stockton y Malone, para una generación en lengua castellana, Michael Jordan y la ilustre compañía tenían acento Montes-Daimiel. Una extraña pareja que funcionó de maravilla. Uno se fue tras mostrar que el tiki-taka podía ser maravilloso, mientras que Daimiel sigue dando cátedra desde la butaca, cada vez más cómodo con Guille, como demostraron en las pasadas finales Warriors-Cavs. 



Su partido fue como sus narraciones. No le importó que otros se llevasen los titulares y el peso de la velada. Lo suyo es ser raza blanca tirador. Esperó su momento y marcó los triples decisivos para los colgados del aro. No le trajo suerte a Quequé cambiar su camiseta por la regalada por ese mago que ahora está en Moscú y se apellida Rodríguez. Quizás se anuló el efecto porque el base canario también fue huésped de los vencedores.



Lo interesante del experimento es que ha funcionado hasta el nivel de hacerse nuevos duelos amistosos con otros programas. También obligar a Lucio Angulo (quien habría preferido ver nuevamente el vídeo de la boda de su cuñado con comentarios de su suegra) a hacer el scouting de los moderdonios para una reciente revancha. El resultado les sorprenderá. La pachanga ha vuelto. Larga vida a ella, puesto que nos recuerda por qué nos gusta el basket. 



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