El retorno del Rey
Gobernaba en el aire porque Magic Johnson y Larry Bird ya lo habían hecho en la tierra. Michael Jordan selló el tercer anillo consecutivo de sus Chicago Bulls ante los Phoenix Suns de su amigo Sir Charles Barkley. Dos veces medalla de oro en Juegos Olímpicos, MVP indiscutible en cualquier categoría, el número 23 de los toros dejó en shock a todo el mundo con su retirada. El trágico asesinato de su padre le llevó a un viaje introspectivo donde, a modo de honrar la actividad predilecta de su progenitor, se sumergió en ligas de béisbol. Tras el luto necesario, se rumoreaba que MJ iba a volver para atravesar con su inseparable Scottie Pippen las canchas de la NBA. Sin embargo, Jordan no pensaba hacerlo antes de probar si su magia seguía intacta.
Cuando tenemos dudas, solemos sentirnos cómodos en casa. Chapel Hill era el sitio perfecto. Allí, Jordan había anotado el primero de sus grandes tiros decisivos. A las órdenes del afamado técnico Dean Smith y con compañeros del talento de un estelar James Worthy, a quien los Lakers ya habían echado el ojo, el joven escolta empezó a demostrar que no le pesaba la presión. Sus magníficos contactos con los North Carolina Tar Heels, el afamado equipo de basket del campus, le permitieron hacer una aparición sorpresa tras el entrenamiento de la segunda unidad de jóvenes promesas.
Como siempre, el prestigioso programa tuvo un ojo exquisito reclutando a la camada de aquella cosecha del curso baloncestístico 1994/95. Smith seguía portando su silbato y pizarra maestra para enseñar a aquellos muchachos la correcta manera de entender el juego. Uno de los mejores miembros de su staff técnico, Dave Hanners, nunca olvidaría las particulares condiciones que se dieron cuando el monarca, jamás dubitativo ante sus habilidades, apareció por sorpresa ante los jugadores, quienes no fueron informados con antelación del regalo sorprendente de la tarde. El mismísimo Michael Jordan les retaba a un uno contra uno.
El profeta
Smith cortó el entrenamiento enfadado. Uno de sus freshman había hecho un lanzamiento inapropiado desde gran distancia. La corta respuesta del ala-pívot novato es que le pareció una buena idea apuntar desde allí. Hanners no pierde ripio de lo que está pasando, Smith va a dar una lección a costa del muchacho. "¿Te ha parecido un buen tiro? Bien, lanza diez desde el mismo sitio a ver cuántos anotas". Tras ocho disparos sin fallo, el coach sabe reconocer una derrota y la práctica prosigue sin incidentes. Rasheed Wallace, nacido en la Ciudad del Amor Fraternal, está acostumbrado a dejar estupefactos a sus técnicos desde sus días de instituto, cuando no comprendían cómo casi siempre evitaba los tapones: fácil, era prácticamente ambidiestro.
Criado por una combativa madre llamada Jackie Wallace que cargó sobre sus hombros el peso de tres hijos en un barrio duro, Sheed se forjó como jugador a las órdenes de Bill Ellerbee, un sargento de hierro y mente de excelso profesor que fue campeón en dos ocasiones con un prodigio al que mandaba mucho al banquillo. Nombrado el mejor jugador joven de Estados Unidos, incluso el mítico Wilt Chamberlain habló con el chico en una ocasión. Suficiente para todos salvo para un coach con listón alto que se consagró a que la promesa nunca fuese un tipo egoísta en la cancha. Por ello, el cuerpo técnico de los talones de alquitrán se quedaba sorprendido de los fundamentos de recién llegado, un novato atípico con gran conocimiento del baloncesto en su visión más coral.
La gente usaría lo que sucedió con el encuentro frente a Jordan para descalificarle. Sheed no se enteró de la visita y ya estaba con los pies en remojo. Muchos hablarían cuando se retiró como profesional (con el anillo de 2004 y otras dos apariciones en las finales competidas hasta el último cuarto del séptimo partido) de que aquel ala-pívot no fue capaz de llevar su juego a la cima donde pedía su talento. Hanners lo veía de otro modo: "No es cuestión de que no sea competitivo o algo parecido. Simplemente, no quiso darle a Michael la satisfacción". Cuenta la leyenda que Alejandro Magno llegó un día Atenas y pidió conocer al célebre Diógenes, uno de los grandes filósofos cínicos. Cuando el rey macedonio le prometió le daría cuanto quisiera, el sabio afirmó: "Pues apártate, por favor, que no me dejas ver el Sol". Cuando la deidad del basket apareció, Sheed Wallace solamente quiso que le dejasen descansar tras una buena sesión de entrenamiento.
El joven guerrero
Si Wallace era el ideal de jugador de equipo NCAA, Jerry Stackhouse tenía planta NBA desde que arrancó. Con muelles en las piernas, era un feroz matador de tableros como bien podían atestiguar los rivales de la universidad de Duke. De posición escolta, tardó muy poco el campus en hablar de que había un chico de Carolina del Norte que recordaba mucho a Mike. Hanners detectó un brillo especial en los ojos de Jerry cuando su ídolo ofreció aquel uno contra uno. Sin duda, la fuerza de la juventud irrumpía y tardó poco el dorsal 42 en pedir la voz de medirse al maestro para enseñarle que era un digno continuador.
Stackhouse era ya un prodigio atlético muy por encima del deportista universitario medio. De cualquier modo, MJ tenía demasiada experiencia para no saber controlar a un explosivo y temperamental talento con ganas de demostrar mucho en poco tiempo. El uno contra uno fue bastante similar al de un joven Luke Skywalker ante un curtido Darth Vader en el episodio V. Varias florituras y detalles de gran clase para que luego el famoso 23 "cortase" la mano del joven aprendiz de caballero jedi. Y es que Jordan, pese a sus múltiples premios de anotador, era un defensa infernal. Si cinco contra cinco era una pesadilla, solo frente a él era una misión casi imposible.
El imberbe Tar Heel lo dejó todo sobre el parquet. Jordan, quien tenía una competitividad extrema, sabía que además Stackhouse era el oponente perfecto para medir su potencial. En la nueva NBA se iba a encontrar exactamente con esos: jóvenes atletas en su plenitud deseosos de mostrar al Gran Hombre que valían tanto como él. Buenos jugadores, pero sin llegar al nivel de Jerry, el 23 iba despachando contrincantes tras sofocar al belicoso competidor.
Un tipo listo
Pat Sullivan no dejaba de fijarse en su compañero Jeff McInnis. A esas alturas, el bueno de Sullivan ya había perdido contra Jordan, quien estaba dando un Máster gratuito de tiros en suspensión. No obstante, McInnis Estaba especialmente caballeroso a la hora de dar la vez. Un tipo listo el Tar Heel, un currante con buena mano de tres que supo hacerse una carrera más que digna en la NBA. El cálculo del dorsal 5 de los Tar Heels era correcto. Todo el mundo se cansa. Incluso los héroes como Jordan, más si llevan tiempo sin jugar a nivel competitivo.
Y MJ, sin duda, se vio tentado de darle la razón al razonamiento del rápido jugador. Con las pilas cargadas, el escurridizo joven se las hizo pasar canutas a Jordan. En ese sentido, la única salvación de la leyenda fue una cosa que siempre tuvo: un deseo de ganar cualquier reto. No tenía nada que perder con tres anillos en aquel gimnasio en privado. Pero sacó reservas de donde no tenía, como haría año después en Utah, para llevar su cuerpo y voluntad al límite. El escolta se fue invicto, aunque McInnis pudo jactarse de que, sin ser el mejor en talento bruto de los de Dean Smith, fue quien más cerca estuvo de tumbar a la leyenda.
Cada uno a su manera, aquellos tres muchachos lograron fraguar unas carreras notables en el basket profesional. Stackhouse siguió picándose con Jordan en cada encuentro, si bien también compartieron equipo en la capital norteamericana. "Stack" logró re-inventarse tras una lesión como fenomenal sexto hombre de unos Dallas Mavericks campeones del Oeste. Pudo darse la satisfacción de firmar un récord de anotación en Chicago con la elástica de los Detroit Pistons. Sheed se topó en varias ocasiones con Jordan, destacando por ser uno de los pocos capaces de postear bien ante Dennis Rodman. Su Majestad del Aire no guardó rencor por el desplante en el campus y siempre tuvo gestos mas que afectuosos con, quien a fin de cuentas, había defendido una camiseta que él apreciaba mucho. McInnis compartió vestuario con su compinche Wallace en los Blazers, en una larga carrera como trota-mundos.
Seguro que alguna vez los tres amigos hablaron de cuando les visitó el rey del juego.
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