lunes, diciembre 18

"Jugar individualmente es jugar para el contrario; jugar colectivamente es jugar para uno mismo"-Helenio Herrera. 



Siempre ha sido una palabra casi prohibida. Catenaccio es un concepto que alude a una táctica futbolística que suele ir asociada con la percepción de once personas colgadas de una portería buscando defenderse. Por ello, es una apuesta arriesgada la que Álex Couto, entrenador nacional de fútbol, realiza para línea editorial de T&B Editores, un repaso histórico y alegato defensivo sobre cómo se creó este estilo de juego. Comenzando por las innovaciones de Karl Rappan, el autor firma un estudio exhaustivo de cómo surgió etimológicamente la palabra y los estrategas que la aplicaron (Alexander Abramovich, Gipo Viani, Nereo Rocco, etc.). 



Según palabras del propio Couto, se trata del derecho del débil a buscar equilibrar las fuerzas. No obstante, en su minucioso análisis hay una excepción a la regla. Uno de los máximos garantes de esta forma de entender el protagonismo en una cancha fue una escuadra legendaria: el Inter de Milán de Helenio Herrera. Tras hacer maravillas en Atlético de Madrid y Barcelona, "El Mago" aceptó la oferta de Moratti para hacer grande a la escuadra nerazzuri, en aquellos momentos (comienzos de la década de los 60 del pasado siglo) muy supeditada al poder del vecino Milán y en Europa alejados de los primeros puestos. 



Admito que nunca ha sido una dinastía que me haya generado las mismas simpatías que otras. A pesar de la admiración por talentos como Luis Suárez (quien alcanzó el Balón de Oro y era elogiado por la mismísima Saeta Rubia), asociaba a ese Inter con una dependencia total de lo que hiciera el adversario. Por ello, quizás este reciente libro sirva para hacer justicia y desempolvar viejos mitos para traer a su justo juicio a un conjunto que contaba con luminarias como Jair da Costa o Sandro Mazzola. 


"Fui a por una bola, pero vi que cuando no llegaba a ella me paré. Luisito me echó una bronca. Dijo que él nunca fallaba un pase"-Sandro Mazzola. 



Más allá de la percepción de equipo cicatero, la grande Inter de Herrera estuvo avanzada a su época en varios campos. Las concentraciones previas y la profesionalidad que fue imponiendo fueron dando una competitividad pocas veces vista. Asimismo, fueron los primeros en mostrar la efectividad de un buen contraataque, aprovechando habilidosos pases y ejecutando con precisión de cirujano la llegada al área contraria en pocos pases. En Madrid la escuadra italiana alcanzó el mismo aprecio que en Los Ángeles se tenía a los Bad Boys de Detroit en la década de los 80. En ambos casos era una animadversión y leyenda negra fruto de que los sentían de los pocos capaces de derrotarlos en una eliminatoria con títulos en liza. 



Los datos que aporta Couto sirven para demostrar que rara vez se besa el santo a la primera. Aunque se harían asiduos a los títulos ligueros y a ser temidos en cada cruce, hubo una adaptación compleja al sistema. Su línea defensiva de cinco hombres levantaba ampollas, si bien no era menos cierto que gente como Facchetti o Burgnich eran jugadores de una exquisita inteligencia táctica, muy por encima de la media de aquellos días más flexibles. Para la final de Viena, los pupilos del técnico español lograron desplazar a 70.000 almas interistas, récord hasta aquella fecha. 



Una de las pocas pegas que pueden sacarse al libro es que resulta excesivamente técnico. Tendrá una utilidad tremenda para las personas que estén formándose para entrenar, si bien se echa en falta algún toque más humano o de los entresijos de vestuario. La narración nos lleva por épicas batallas ante conjuntos como la Juve o Racing de Avellaneda, páginas que quizás podrían haberse reflejado con mayor epicidad. O quizás sea un consciente y deliberado contagio de la eficiencia de este proyecto de HH. Porque, más allá del bulo, aquel conjunto tuvo excelsos artistas del balón. 


"Mis jugadores son instruidos al detalle. No pueden equivocarse"-Helenio Herrera. 



Álex Couto lo explica muy bien tras el punto de inflexión que supuso la segunda Copa de Europa consecutiva. Aquel día, el Benfica del legendario Eusebio no mereció perder. Tampoco habría sido consecuente afirmar que el Inter no merecía un éxito que empezó a alimentar el mito de la leyenda de Béla Guttmann. Aquella noche embarrada, el Inter volvió a sobrevivir. Herrera, que era un precursor de Mourinho y Phil Jackson fusionados en uno, estaba convencido de que su aura no tenía fin. 



De cualquier modo, igual que había dado con la tecla de la disciplina moderna, al magnífico entrenador también le tocó ser el primer en experimentar la fatiga absoluta de jugadores que ya no podían dar más de sí. Las extenuantes concentraciones y la obligación de pensar en su disciplina 24 horas llevaron a un agotamiento absoluto que fue una lenta gota que iría minando una confianza que parecía irrompible Se escaparon scudettos sobre la bocina y se perdió ante el Madrid ye-ye en semifinales. Pero quedaba el último hurra. 



Volvieron a rentabilizar el tanteo a la mínima en Europa. Fueron al Santiago Bernabéu y vengaron la afrenta. Pero en Lisboa no pudieron contra el Celtic de Glasgow. Por momentos, parecía que los dioses del fútbol iban a permitirles salirse con la suya otra vez. Pero a los expertos en minimizar esfuerzos ajenos y amortizar todo lo que ellos fabricaban con sus botas, se le acabó la luz. Era el final de unos años de vino y rosas. Fue bueno que el eléctrico conjunto escocés ganase por su apuesta ofensiva y brillante. No sería justo dejar de decir que aquel Inter, gustase más o menos, tenía una plantilla y staff técnico que bien hubieran merecido una tercera Copa de Europa en cuatro años. 



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