"Un Mundial de fútbol sin Messi sería como uno de baloncesto sin Michael Jordan"-Ángel Cappa.
Nunca sabemos cuándo comienza una pesadilla. En algún momento, nuestro subconsciente traza un escenario desastroso y nos coloca allí. Somos incapaces de recordar por qué hemos llegado a esa situación. Después, despertamos. Cuando Lionel Messi vio en las alturas de Quito avanzar en el marcador a la selección de Ecuador, supo que no era un sueño. Tanto el 10 como sus compañeros de la albiceleste podían recrear paso a paso su dolorosa andadura por las eliminatorias, el vapuleo ante Brasil y los empates inesperados concedidos. Estaban fuera del Mundial por méritos propios. En una atmósfera mediática desquiciada, la posibilidad de que el combinado argentino quedase fuera pasó de ser una broma pesada una realidad palpable.
La Pulga escuchó el himno, ese cuya letra tantos quebraderos de cabeza le dio ante la prensa, con rictus concentrado y cabizbajo. Las sombras de Pelé y Maradona se agigantaban aquella noche, como tantas otras cuando lucía la elástica del país que eligió, negando desde muy joven la posibilidad de jugar con España (¿se imaginan la revolución del maestro Luis Aragonés con la guinda de un Messi joven y en plenitud?). Para otro habrían sido méritos suficientes, el salvoconducto en el cuestionario de compromiso que exigen quienes siempre se ven fuera de toda sospecha. Respecto a Lionel, todo es exagerado, desde la calidad de su juego a la importancia excesiva que se da a algo tan vacuo (y divertido) como intentar meter la pelota entre tres palos.
En los otros extremos del mundo, hacía horas que Cristiano Ronaldo y Portugal celebraban el pase ante Suiza, mientras que Antoine Griezmann se reencontraba a sí mismo para hacer lo propio con Francia. Balón de Oro, comparativas odiosas y, como siempre, el silencio a modo de respuesta ante los debates eternos pre-fabricados por otros. Messi, simplemente, juega al fútbol. Esa herramienta que le sirvió para conectar con Di María (al fin jugando por la izquierda) y culminar una hermosa pared con un toque sutil. Él mismo corrió para recoger el balón de las redes.
"Nâo há Futebol sem Messi"- Neymar.
En una selección elevada a los altares por la zurda de Diego Armando Maradona, Óscar Ruggeri disfrutaba siendo el poli malo. Guardia pretoriana de los marcajes madi in Carlos Salvador Bilardo, "El Cabezón" era un tipo arisco en la cancha, acostumbrado a perseguir sin tregua a los Lineker, Klinsmann y Vialli de los equipos contrarios. Un estilo muy diferente al de Messi. Como fuere, ambos terminaron abrazados al final del choque, Óscar desde un 1´85 de altura, se rindió al jugador bajito que había firmado tres goles el día decisivo para su país, dos de ellos dignos de permanecer en la videoteca de la buena persona aficionada a este deporte.
"Sos un mostro", fueron las palabras del eterno y curtido capitán, mientras el genio barbudo no disimulaba la sonrisa. Lo que fueron lágrimas cuando su exhibición en la Copa Centenario acabó en un penalti errado ante su amigo Claudio Bravo. Se había quitado un peso de encima, una carga en los hombros aderezada por muchos panelistas, mientras compañeros como Mauro Icardi se rendían a su talento. Se dijo que era su primera gran actuación fuera del Barcelona. La enésima demostración de la memoria nublada en el deporte profesional, del deseo de un titular inmediato.
Por fortuna, los libros de Historia saben quiénes serán sus verdaderos protagonistas. Revindicado de aquella jornada fue Tité, el seleccionador brasileño que reencontró el fútbol-arte que tuvieron en el 82. Sin ninguna responsabilidad, la canarinha se negó a la mezquindad para castigar a uno de sus rivales históricos, jugando su choque con Chile de manera profesional e intachable, respetando el fútbol. "Solamente te haces rival de alguien a quien admiras. Messi es impresionante". Tras el choque en Sao Paulo se quedó un combinado intratable en los últimos años, la guerrera e infatigable Chile, verdugo en dos ocasiones de Argentina. Señal de lo terrible que el costo de estas fases de clasificación.
"Es un error decir que Messi golpea a la pelota. Messi la acaricia y ordena, le dice qué tiene que hacer"-Jorge Rowinsky.
Jorge Sampaoli lo sufrió cuando dirigía al Sevilla una noche Juego de Tronos en el Sánchez Pizjuán. También como seleccionador chileno, aunque en aquella ocasión ocasión se alzó con la victoria. Ahora, tras un desfile de tres técnicos, él y su staff han recibido un préstamo de 8 meses gracias a una Pulga en estado de trance, ese que se vio en plazas como el Bernabéu o Wembley. Cuando el 10 encuentra "su zona" y es capaz de fusionar su capacidad goleadora con la lectura de juego de Xavi Hernández, el cielo parece el límite. Eso sí, mucho deberá trabajar Sampaoli con los suyos, ante centros del campo como los que pueden presentar Alemania, España o Brasil, la fragilidad de la albiceleste en esa franja del campo no puede depender de milagros casi diarios.
Pero ahora tienen tiempo. El necesario para calmar un tsunami de sensacionalismos como pocas veces se habían visto. Quito no fue, en lo absoluto, la primera gran actuación de Messi con su selección, pero sí la realizada bajo mayor presión mediática, en una desproporción de responsabilidades. Otro de los exorcizados fue Di María, reencontrado a sí mismo, uno de los preferidos a la hora de señalar.
Tardaron poco en llegar las mentes de bien. Ecuador había jugado sin ninguna presión. Cierto, igual que llevaba haciéndolo una Venezuela que se ha encargado de ir de sorpresa en sorpresa. Por no hablar de una Perú que era bocado fácil de los analistas y selló su billete al repechaje. Hay muchos oráculos de Delfos con discurso doble. Si el equipo de Messi gana, ya se sabía. En caso de derrota, pueden soltar los perros de Ares. Messi, mientras tanto, juega al fútbol.
"Otro partido tremendo de Messi"-Diego Pablo Simeone.
El Cholo necesitaba una noche grande en el Wanda Metropolitano, la clase de velada que selló la mística del Calderón cuando eliminaron en dos ocasiones al Barça de la Champions. Pero dieron igual las charles técnicas, la presión de Filipe Luis o la preparación del profe Ortega, Messi dio el primer susto en apenas segundos. Se fue el disparo por poco. Luego vino el sufrimiento, ese que los azulgranas siempre sienten cuando se miden a los de Simeone. Ese campo minado de ayudas y solidaridad que, a veces, vio a Lionel y sus compañeros andar sin rumbo. El pasado sábado no ocurrió eso. De la estocada magnífica de Saúl, vino un segundo tiempo diferente.
Ante la defensa más trabajada de Europa en los últimos años, quedó una jugada para el recuerdo, una que pondría en entredicho a los profetas que hablan de falta de intensidad en el Viejo Continente. Godín se tiró con destreza uruguaya para tapar el marco que Oblak defiende como nadie. Messi encontró el hueco para un latigazo que se fue por centímetros. El Faraón y La Pulga se levantaron mutuamente del suelo y sonrieron. Algún redactor respiraba tranquilo, si no marcaba, podrían seguir con los juegos de comparaciones, incluso estaba dispuesto a hacer alianza con el tradicional rival rojiblanco por una noche. Es lo que tiene el dorsal 10, lleva todo al límite, desde la dureza con la que se tuvo que emplear Gabi en ocasiones para frenarle, a ingeniar métodos sofistas para negarle el pan y la sal. El Cholo no se engañó, en un campo de trincheras, uno de sus grandes rivales por los trofeos estaba haciendo otro partidazo.
Entonces lo eclipsó todo Luis Suárez, incluso el brillo de Griezmann y Saúl quedó en pausa por unos minutos donde el mejor 9 de raza se reencontró consigo mismo. Con el 1-1, volvió a tenerla el de siempre, al forzar que le hicieran una falta al borde del área. Muchos cruzaron los dedos. Oblak pensó y bloqueó con la calma de las mejores. Messi le sonrió. Se había acabado, junto con el Real Sociedad-Betis, el mejor partido en lo que iba de Liga. Primer tiempo del Atleti. Segundo para los de Valverde. Lionel Messi, vuelto de la altura alegre de Quito, siguió a la suya. Ser el mejor del mundo. No pocos discutirán ese axioma, mientras tanto, Messi juega al fútbol.
Tardaron poco en llegar las mentes de bien. Ecuador había jugado sin ninguna presión. Cierto, igual que llevaba haciéndolo una Venezuela que se ha encargado de ir de sorpresa en sorpresa. Por no hablar de una Perú que era bocado fácil de los analistas y selló su billete al repechaje. Hay muchos oráculos de Delfos con discurso doble. Si el equipo de Messi gana, ya se sabía. En caso de derrota, pueden soltar los perros de Ares. Messi, mientras tanto, juega al fútbol.
"Otro partido tremendo de Messi"-Diego Pablo Simeone.
El Cholo necesitaba una noche grande en el Wanda Metropolitano, la clase de velada que selló la mística del Calderón cuando eliminaron en dos ocasiones al Barça de la Champions. Pero dieron igual las charles técnicas, la presión de Filipe Luis o la preparación del profe Ortega, Messi dio el primer susto en apenas segundos. Se fue el disparo por poco. Luego vino el sufrimiento, ese que los azulgranas siempre sienten cuando se miden a los de Simeone. Ese campo minado de ayudas y solidaridad que, a veces, vio a Lionel y sus compañeros andar sin rumbo. El pasado sábado no ocurrió eso. De la estocada magnífica de Saúl, vino un segundo tiempo diferente.
Ante la defensa más trabajada de Europa en los últimos años, quedó una jugada para el recuerdo, una que pondría en entredicho a los profetas que hablan de falta de intensidad en el Viejo Continente. Godín se tiró con destreza uruguaya para tapar el marco que Oblak defiende como nadie. Messi encontró el hueco para un latigazo que se fue por centímetros. El Faraón y La Pulga se levantaron mutuamente del suelo y sonrieron. Algún redactor respiraba tranquilo, si no marcaba, podrían seguir con los juegos de comparaciones, incluso estaba dispuesto a hacer alianza con el tradicional rival rojiblanco por una noche. Es lo que tiene el dorsal 10, lleva todo al límite, desde la dureza con la que se tuvo que emplear Gabi en ocasiones para frenarle, a ingeniar métodos sofistas para negarle el pan y la sal. El Cholo no se engañó, en un campo de trincheras, uno de sus grandes rivales por los trofeos estaba haciendo otro partidazo.
Entonces lo eclipsó todo Luis Suárez, incluso el brillo de Griezmann y Saúl quedó en pausa por unos minutos donde el mejor 9 de raza se reencontró consigo mismo. Con el 1-1, volvió a tenerla el de siempre, al forzar que le hicieran una falta al borde del área. Muchos cruzaron los dedos. Oblak pensó y bloqueó con la calma de las mejores. Messi le sonrió. Se había acabado, junto con el Real Sociedad-Betis, el mejor partido en lo que iba de Liga. Primer tiempo del Atleti. Segundo para los de Valverde. Lionel Messi, vuelto de la altura alegre de Quito, siguió a la suya. Ser el mejor del mundo. No pocos discutirán ese axioma, mientras tanto, Messi juega al fútbol.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-https://www.minutouno.com/
-https://www.youtube.com/watch?v=eYdWc4ESDXs
-http://www.eluniverso.com/deportes/2017/10/11/nota/6426196/camiseta-que-messi-regalo-atahualpa-se-llevo-venezolano
-http://www.mundodeportivo.com/futbol/laliga/20171014/432018151769/atletico-madrid-barcelona-directo-online-en-vivo-liga-santander.html
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