Existen pocos jugadores que respete más que Juan Antonio Corbalán. Base adelantado a su tiempo, símbolo de la selección española, admirado icono del Real Madrid, el doctor es una de las cabezas mejor amuebladas que han pasado por nuestras canchas. En su excelente biografía, El baloncesto y la vida, solamente hay unos pasajes que siempre me han hecho torcer ligeramente el gesto: "Otra vez que no nos pillan". Una especie de cábala que los veteranos del Real Madrid de basket tenían en finales de los 70 y comienzos de los 80 para afirmar que, pese a que fastidiase a muchos, su mítico club seguía en el candelero. No me incomoda su orgullo, pero si el subtexto que, astutamente, el sabio Corbalán quiere dar a entender con aquello.
Para comprender la revolución que aconteció con la ACB, hay que hablar de los primeros años del deporte que tanto nos gusta. Y, en España, eso exige hablar del Madrid. Sin duda, el equipo más potente de aquellos primeros compases, únicamente inquietado por el emergente Joventut o sus incómodos y carismáticos rivales del Estudiantes. Con Saporta manejando el organigrama y Pedro Ferrándiz, zorro de los banquillos hispanos y miembro del Hall of Fame, los merengues se atiborraron de Ligas y Copas de Europa, cimentado maravillosas rivalidades continentales contra el Varese italiano o el futuro CSK de Moscú.
Una serie de éxitos que dieron un aura a la sección que todavía hoy conserva, cimentada con un fuerte carácter ganador, trasmitido a las nuevas generaciones, de Cabrera a Corbalán y del doctor a Iturriaga. Cómo no, tantos éxitos, llevaban aparejada asimismo una dosis de cierta soberbia, ejemplificada en la única Liga que perdió Ferrándiz en los bancos, por culpa del Estudiantes, quien mandó la Liga a la Penya con su éxito. En vez de pensar que era una mancha minúscula en su brillante hoja de servicios y sonreír, Ferrándiz quiso convencer a Saporta de echar a toda la plantilla. El Madrid de basket ganaba casi siempre, pero, cuando no lo hacía, reaccionaba con una mezcla de sana autoestima y otra de una nada disimulada conciencia de superioridad sobre el resto de competidores.
Hasta ese momento, el Barcelona había contado bastante poco. Descenso y desaparición de la disciplina en el club, no fue hasta mucho después que los blaugrana se pusieron al día. Eso sí, lo realizaron contratando a las personas idóneas. Ranko Zeravica fue una pieza angular de la modernización que necesitaban las canastas culés (ver Ver El Barça de Epi se gradúa en Europa), necesitadas de orden y métodos nuevos. Aunque hubo decepciones constantes como la maldición en la Copa de Europa (agravadas por el brillante CV de su Némesis blanca en esa parcela), el Palau se convertiría en el aspirante que termina abrochándose el cinturón de campeón. En demasiadas ocasiones para que al resto le gustase.
Se trataba del inicio de lo que fue llamado el Barcelona de Epi, unos años donde una sabia combinación de jugadores nacionales (Solozábal, Flores, Jiménez, etc.) y agudos fichajes (especialmente, Audie Norris) dieron un vuelco al panorama de antaño. Pero, igual que el Madrid había tenido sus fantasmas, no pocas voces, incluso algunas muy cuerdas, señalaban con el dedo el traslado federativo y a figuras como Eduardo Portela, gran cabeza visible de la naciente ACB, acusado de dejarse llevar por sus orígenes y ser pro-Barça. Antaño, se decía lo mismo del franquismo y el Real...
Las crónicas y los pocos vídeos que quedan nos hacen sospechar que Brabender o Luyk eran mucho más relevantes para dominar Europa que el régimen dictatorial de Francisco Franco, quien no era precisamente una figura admirada en el Viejo Continente. Muchos rivales, entre ellos el Barcelona, crearon una sensación de competir contra todo un sistema que quería que los blancos ganasen a cualquier coste. Eso ha ofendido mucho a sus protagonistas y es una decepción muy lógica. Además, acomoda a los oponentes en un victimismo complaciente que justifica las derrotas y no invita a mejorar.
Lo que nunca será admitido a nivel popular pero sí expuesto con mucha gracia y tino en voces tan interesantes como Guillermo Ortiz, en su espléndido libro Historia de una rivalidad, si bien esos bulos eran infundados por teorías judeo-masónicas, era evidente que el Real Madrid fue enseñoreado como una bandera y propaganda de un país. El motivo resulta muy lógico. Franco y su sistema podían presumir de muy poquitas cosas. Sin embargo, aquella escuadra de basket tenía excelentes jugadores y significaba mucho para los emigrados de otros lugares, independientemente de su ideología política. Fueron el único club con programa propio en televisión. Santiago Bernabéu supo verlo mejor que nadie cuando viajaba con esos muchachos a los que trataba con una mezcla de paternalismo y atávica autoridad: "Solamente os pido que recordéis que hoy jugáis para gente que solamente tiene al Real Madrid. Haced que se sientan orgullosos".
Y esa conciencia de ser grandes les ha acompañado siempre. Por eso creo que, incluso a gente tan culta como Corbalán, les cueste ver que Epi y sus compañeros de generación lograron cumplir un cambio de hegemonía. Hasta 4 ligas consecutivas que hicieron al Palau acostumbrarse a celebrar y a descubrir que aquella bestia blanca que pasaba por encima de ellos era humana. La llegada de un madrileño como Aíto García Reneses supuso encontrar a un entrenador que era un estudioso del juego. No solamente él, pero el maestro Reneses fue el primer en introducir conceptos como las rotaciones largas, muy criticadas en su día, absolutamente copiadas hoy por cualquier aspirante a hacer grandes cosas. Quizás no se les pillase siempre, pero el Barcelona aprendió a competir, solamente la legendaria Jugoplastika impidió que la felicidad en la Ciudad Condal fuese completa.
Indiscutiblemente, el cambio de sede benefició en los despachos al Barça, como Saporta bien había demostrado en los años de poder federativo en la capital, eso podía dar muchas ventajas logísticas. Hubo momentos para el amargo recuerdo, tal como la muy evitable selección del colegiado Juan José Neyro para el quinto encuentro entre Barcelona y Madrid en el Palaul, la liga de 1989 en juego. Neyro tenía muchos años de servicio y calibre internacional como colegiado, pero era una malísima elección porque Drazen Petrovic, estrella del Madrid de Lolo Sainz, le había escupido e insultado gravemente en un encuentro que le dirigió entre selecciones. Casualmente, el Real perdió a su quintento inicial por faltas, mientras que Aíto se frotaba las manos. Años atrás, Corbalán rescataba para su libro un vergonzoso intento de agresión que sufrió en el Palau, todo añadido por las amenazas de un delegado con sueños de poder que le acusó por haber exagerado y usarlo en su beneficio (naturalmente, una exhibición de señorío y preocupación por un deportista agredido injustamente por parte de este simpático personaje).
Tampoco fueron mancos los incidentes de 1984, en este caso en la capital española, donde un codazo intencionado de Iturriaga calentó a Mike Davis, iniciándose una vergonzosa tangana en un partido de alto voltaje, donde el Barça se negó a acudir al duelo de desempate como señal de indignación. Miserias que uno y otro bando podían emplear para esa camino de autodestrucción, sin embargo, la década de los 80, más que un juego del corre que te pillo, fue también la de un cambio generacional justo y necesario. Lenta pero paulatinamente, los chicos del Real, encabezados por un tal Fernando Martín que se haría un único, pidieron la independencia de sus tutores y limpiaron las telarañas de los viejos muebles.
De repente, aquellos baloncestistas en el puente aéreo destacaron por tener de madrugada a todo un país por la plata de los Ángeles, mientras que sorprendían a los periodistas por no contestar con monosílabos, tener las cabezas bien acolchadas y valorizar sus estudios, desmontando la imagen de deportistas cabeza-huecas. Iturriaga podía picarse un día con Largato de la Cruz o Chico Sibilio, pero en verano corrían a juntarse para una merecida juerga. Esa extraña comunión sin asperezas explica el sueño de aquella noche estival en California, donde los españolitos con maleta al estilo Paco Martínez Soria (Fernando Romay dixit) se cambiaron en un vestuario cuyas taquillas ponían nombres como Magic Johnson o Kareem Abdul Jabbar.
Una buena onda que lleva a sospechar que, en fondo, son más parecidos de lo que quieren decir. Por eso, aunque el Madrid quiera ningunear su vecino Estudiantes, en el fondo sabe que lo necesita y que debe tomar lecciones de cómo mima a su cantera, la cuida y la forma. De igual manera, más allá de ese afán de ser más que un club y querer imbuirse de aspectos alejados al deporte, el Barcelona debe admitir que la Penya de Villacampa (ver artículo Aquel tercero en discordia) y los Jofresa logró esa F4 que se le resistió mucho más a los culés (hasta 2003).
Y es que un pecado que comparten ambas instituciones es uno muy similar al que tienen Lakers y Celtics. Quieren monopolizar finales porque son muy buenos y dan audiencias. No en vano, estos cuatro últimos años han sido Madrid-Barça en tetralogía, 2-2 de balance. Sin embargo, no se puede hacer otra cosa que aplaudir a Unicaja, Valencia, Baskonia, Gran Canaria, Cajasol, Bilbao... Ellos son los que provocan que todo tenga interés. La peor amnesia de Barça y Madrid, incluso entre ellos mismos, es olvidar la necesidad de venerar al adversario para darle significado al éxito o al fracaso.
Los culés nos vemos ahora tentados del botón de la auto-destrucción en pleno auge del Madrid de Laso. Se detectan comportamiento y soluciones forzadas que el Madrid tuvo en aquellos años donde hubo tiranía en las canchas. Bastante más que lo que pudiera hacer Portela para sus detractores, Jasikevicius, Rodríguez, Bodiroga, Fucka, Karnisovas, Djordjevic, Dueñas, Fran Vázquez y le ilustre cía fueron la causa de un conjunto asiduo a finales. Un sector del madridismo odiaba al Barça como el niño mimado de la ACB, pero ni lo comprendían ni disfrutaban de su juego. Ahora, una parte del auditorio blaugrana quiere sublimar fracasos y hacer de menos a uno de los equipos que mejor han jugado nunca en la Liga Endesa.
También admito que me enervan mis colegas de Can Barça que quieren que los dos Sergios (Rodríguez y Llull) se vayan a la NBA. ¿Habrá algo más bonito que ser capaces de darle revancha al Madrid de Laso con esos dos monstruos en pista? También, sé de buena tinta que habrá sectores merengues que moverán la cabeza con reverencia cuando Juan Carlos Navarro cuelgue las botas. La Bomba ha sido una pesadilla para la capital, pero, además de un símbolo de la selección, un maestro para los de Pablo Laso, junto con Spanoulis y Rice, han sido los mentores de la bestia competitiva que son hoy.
Y es que el éxito de uno no debería propiciar al otro a la autodestrucción, sino servirle de estímulo.
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