Colgó las zapatillas esta temporada recién finalizada. Sin embargo, no hizo falta esperar mucho para que la memoria de cada aficionado/a comenzase a escoger momentos especiales de la trayectoria de Paul Pierce, promoción del Draft de 1998, uno de los jugadores más importantes de la NBA en las última décadas, apodado The Truth por aquel gran filósofo que se apellidaba O´Neal. A través de la máquina del tiempo que son las hemerotecas y los propios recuerdos como fans, nos trasladamos a un triunvirato de instantes donde aquel chico que se crió adorando el Showtime de Magic Johnson en California terminó convirtiéndose en uno de esos ídolos con los que soñaba.
Boston Celtics-Cleveland Cavaliers. Game 7. Eastern Conference Finals (2008).
Había sido una serie muy extraña. Los Boston Celtics del recién formado Big Three (Kevin Garnett, Ray Allen y Paul Pierce) se pasearon durante la temporada regular, pero los Playoffs se estaban mostrando como una verdadera pesadilla. Atalanta les llevó a siete duelos y, en la siguiente ronda, semifinales, volvían a estar al borde del abismo. Y encima con un incipiente Lebron James emergiendo al otro lado. Todo el mundo esperaba que el 23 de los Cavs firmase una portentosa actuación en el Garden aquel día D y hora H. El rey cumplió y firmó 45 para ayudar a los de Mike Brown a cumplir con sus objetivos.
No obstante, el capitán de los locales estaba dispuesto a impedir que semejante hecho ocurriese. Resultaba irónico que fuese él. El anterior verano se lo pasó bromeando con Kobe Bryant en un gimnasio acerca de quién sería traspasado primero de sus franquicias de toda la vida. Pero allí estaba. Garnett reboteaba y se partía el alma bajo tableros contra quien fuera, aunque el marcador siempre peligraba. Ray Allen se esforzaba al máximo, pero problemas familiares le afectaron durante aquellos días en su legendaria puntería. Hacía falta un extra y Doc Rivers se encomendó al dorsal 34, a quien aquella grada verde adoraba porque estuvo con ellos incluso cuando eran los colistas del campeonato.
Su primera suspensión fue dentro y limpia. Magnífica señal. La atmósfera del pabellón casi parecía insinuar una niebla suave sobre la que dos guerreros se movían por encima de resto. Lebron y Pierce se vieron poseídos por los espíritus de Dominique Wilkins y Larry Bird. Fue un duelo para perdurar en el tiempo y donde el veterano se ganó para siempre el respeto de aquel prodigio que estaba llamado a gobernar el basket durante los siguientes años. Al anotar un tiro libre vital con mucha fortuna, The Truth, siempre genial, se acordó de un venerable patriarca recientemente fallecido: "Ha sido Red. Él lo ha metido".
Mi villano favorito (NBA Playoffs 2015)
El Air Canada Centre le odiaba. Y no podía gustarle más. Aquello era una señal de respeto, de que no le habían olvidado a él y a sus jugadas decisivas en el séptimo duelo, cuando vestía los colores de los Brooklyn Nets. Ahora, lucía la elástica de los Washington Wizards. Los Toronto Raptors eran un equipo joven, atlético y con ventaja de campo. Pero el viejo demonio se metió en la cabeza de todo un equipo durante aquella ronda. El resto de la NBA se frotó los ojos cuando el veterano Paul Pierce lideró espiritualmente a los suyos a un barrido histórico, sin importar la baja por lesión de la estrella John Wall.
Fintas, suspensiones, trash talking, sangre fría en los tiros libres, etc. Jóvenes talentos como DeRozan o el pívot lituano Valanciunas se veían incapaces de puntear su mortal puntería. A veces, parecía moverse a cámara lenta. Eso sí, la verdad, siempre ella, era que el romance entre aquel talento y los aros no disminuía un ápice con la edad. No se contentó con hacerse soberano en los dominios septentrionales (EL REY DEL NORTE), todavía enseñó a los de la capital estadounidense a desafiar a unos Atlanta Hawks que se antojaban invencibles. A pesar de los abucheos, el perro viejo de olfato fino regaló 19 puntos para robar el primer choque en tierras de Escarlata O´Hara.
Se reservó lo mejor para el final. Muchas veces, no son los seres heroicos los que hacen un gran cuento. Es el villano, ese adversario que nos encanta odiar, seduciendo por su habilidad. Pierce anotó otra canasta de la victoria maravillosa en el tercer encuentro, hallando en la tabla una alianza salvadora. Ya 3-2 abajo, todavía nos hizo creer que estábamos soñando. Kyle Korver no quería mirar, los Hawks se iban cabizbajos, la grada enloquecía... otro triple de dibujos animados del villano favorito. Pero finalmente no valió. Una décima de segundo. Los colegiados hicieron bien, pero a todos nos quedó el recuerdo. Pierce se despedía de su momento favorito del año de la mejor manera posible.
Boston Celtics-New Jersey Nets. Game 3. Eastern Conference Finals (2002).
El Fleet Center estaba enmudecido. Con Antoine Walker y otros jóvenes talentos, la nueva guarida de los orgullosos verdes había vuelto a soñar con reinar en el Este; lástima que los Nets de Jason Kidd les estuvieran dando aquel repaso en una serie prometedora. Con 1-1 para mantener las espadas en todo lo alto, Boston naufragaba en casa con unos guarismos que llegaban a asustar. Al descanso, solamente un muchacho creía. Una talentosa estrella que estuvo a punto de morir en una discoteca de Boston en el año 2000. Aquella noche aciaga, su amigo Derrick Battie confirmó al herido Pierce que sus agresores no le imposibilitaron el brazo, su gran temor. Ahora, aquella parte de su cuerpo iba a ser la artífice de un acontecimiento pocas veces visto.
Paul recordó a sus camaradas que algunos de los suplentes de Byron Scott se burlaban del pobre juego de los locales desde el banquillo. A pesar de las promesas del capitán acerca de recuperar el orgullo, al final del tercer cuarto iban 53-74, con Richard Jefferson y Kenyon Martin martilleando el aro rival. Desalentador para cualquiera que no fuera un crack verdadero, alguien que aquella temporada tenía las mejores estadísticas de la NBA en los últimos cuartos. Y ese día fue más allá, como si estuviera poseído por todos los duendes irlandeses. Body control fue el término acuñado por los comentaristas que narraban el choque para televisión, donde el crack levitaba entre brazos rivales para sacar dos más unos con una facilidad pasmosa.
The Truth se disparó a los 19 tantos en aquellos doce minutos, siendo el alma de un arranque de escenario incomprensible para todos, 11-0 para quienes parecían derrotados. Kenny Anderson firmó uno de los mejores partidos de su carrera para apoyar al líder, además de la contribución de Rodney Rogers (tiros libres decisivos) y Walker (esforzado en defensa). Como no podía ser de otra manera, fue Pierce quien colocó la primera ventaja de los orgullosos verdes. Los Nets reaccionaron con grandeza y dieron la vuelta a la serie (4-2), pero nadie en la ciudad pudo olvidar el éxtasis que es joven había propiciado con su entrega.
Simplemente, The Truth.
Mi villano favorito (NBA Playoffs 2015)
El Air Canada Centre le odiaba. Y no podía gustarle más. Aquello era una señal de respeto, de que no le habían olvidado a él y a sus jugadas decisivas en el séptimo duelo, cuando vestía los colores de los Brooklyn Nets. Ahora, lucía la elástica de los Washington Wizards. Los Toronto Raptors eran un equipo joven, atlético y con ventaja de campo. Pero el viejo demonio se metió en la cabeza de todo un equipo durante aquella ronda. El resto de la NBA se frotó los ojos cuando el veterano Paul Pierce lideró espiritualmente a los suyos a un barrido histórico, sin importar la baja por lesión de la estrella John Wall.
Fintas, suspensiones, trash talking, sangre fría en los tiros libres, etc. Jóvenes talentos como DeRozan o el pívot lituano Valanciunas se veían incapaces de puntear su mortal puntería. A veces, parecía moverse a cámara lenta. Eso sí, la verdad, siempre ella, era que el romance entre aquel talento y los aros no disminuía un ápice con la edad. No se contentó con hacerse soberano en los dominios septentrionales (EL REY DEL NORTE), todavía enseñó a los de la capital estadounidense a desafiar a unos Atlanta Hawks que se antojaban invencibles. A pesar de los abucheos, el perro viejo de olfato fino regaló 19 puntos para robar el primer choque en tierras de Escarlata O´Hara.
Se reservó lo mejor para el final. Muchas veces, no son los seres heroicos los que hacen un gran cuento. Es el villano, ese adversario que nos encanta odiar, seduciendo por su habilidad. Pierce anotó otra canasta de la victoria maravillosa en el tercer encuentro, hallando en la tabla una alianza salvadora. Ya 3-2 abajo, todavía nos hizo creer que estábamos soñando. Kyle Korver no quería mirar, los Hawks se iban cabizbajos, la grada enloquecía... otro triple de dibujos animados del villano favorito. Pero finalmente no valió. Una décima de segundo. Los colegiados hicieron bien, pero a todos nos quedó el recuerdo. Pierce se despedía de su momento favorito del año de la mejor manera posible.
Boston Celtics-New Jersey Nets. Game 3. Eastern Conference Finals (2002).
El Fleet Center estaba enmudecido. Con Antoine Walker y otros jóvenes talentos, la nueva guarida de los orgullosos verdes había vuelto a soñar con reinar en el Este; lástima que los Nets de Jason Kidd les estuvieran dando aquel repaso en una serie prometedora. Con 1-1 para mantener las espadas en todo lo alto, Boston naufragaba en casa con unos guarismos que llegaban a asustar. Al descanso, solamente un muchacho creía. Una talentosa estrella que estuvo a punto de morir en una discoteca de Boston en el año 2000. Aquella noche aciaga, su amigo Derrick Battie confirmó al herido Pierce que sus agresores no le imposibilitaron el brazo, su gran temor. Ahora, aquella parte de su cuerpo iba a ser la artífice de un acontecimiento pocas veces visto.
Paul recordó a sus camaradas que algunos de los suplentes de Byron Scott se burlaban del pobre juego de los locales desde el banquillo. A pesar de las promesas del capitán acerca de recuperar el orgullo, al final del tercer cuarto iban 53-74, con Richard Jefferson y Kenyon Martin martilleando el aro rival. Desalentador para cualquiera que no fuera un crack verdadero, alguien que aquella temporada tenía las mejores estadísticas de la NBA en los últimos cuartos. Y ese día fue más allá, como si estuviera poseído por todos los duendes irlandeses. Body control fue el término acuñado por los comentaristas que narraban el choque para televisión, donde el crack levitaba entre brazos rivales para sacar dos más unos con una facilidad pasmosa.
The Truth se disparó a los 19 tantos en aquellos doce minutos, siendo el alma de un arranque de escenario incomprensible para todos, 11-0 para quienes parecían derrotados. Kenny Anderson firmó uno de los mejores partidos de su carrera para apoyar al líder, además de la contribución de Rodney Rogers (tiros libres decisivos) y Walker (esforzado en defensa). Como no podía ser de otra manera, fue Pierce quien colocó la primera ventaja de los orgullosos verdes. Los Nets reaccionaron con grandeza y dieron la vuelta a la serie (4-2), pero nadie en la ciudad pudo olvidar el éxtasis que es joven había propiciado con su entrega.
Simplemente, The Truth.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
-http://www.skyhook.es/2017/05/paul-pierce-la-verdad-delante/
-http://www.nba.com/celtics/history/paul-pierces-career-boston
-https://www.sbnation.com/raptors-vs-wizards-nba-playoffs-2015
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