lunes, octubre 3

Los New York Knicks son uno de los equipos más históricos de la NBA. El glamour de la Gran Manzana y la mística del Madison Square Garden avalan a un conjunto que alcanzó gran gloria en la década de los setenta del pasado siglo, momento en el que se acuñó la mítica expresión: When the Garden was Eden. No obstante, la sufrida afición de New York ha vivido también momentos de gran sequía, fenómenos inexplicables como tener grandes plantillas que ni siquiera eran capaces de colarse en postemporada. De cualquier manera, Spike Lee y otros incondicionales nunca perderán la calma, pues pueden aferrarse a la temporada 1998/99 para recordar que todo es posible cuando se trata de permanecer fiel a unos colores.  



Nos retrotraemos a una campaña extraña, un ejercicio baloncestístico que, según la docta opinión de Phil Jackson, debería ir marcado con un asterisco. Condicionada por el cierre patronal, la NBA tuvo que acortar el número de partidos a disputar para ajustar el calendario a criterios lógicos. En la conferencia Este, los Knicks deambulaban como alma en pena. Latrell Sprewell, fichado de manera sorprendente en un traspaso que incluía jugadores tan queridos en el Madison como John Starks, tuvo varias lesiones de gravedad. Patrick Ewing, roca del vestuario y líder espiritual del grupo, también sufrió constantes interrupciones que le impedían hallar su ritmo. La combinación de esas dos bajas podía explicar el bajón de expectativas de los pupilos de Jeff Van Gundy, si bien, lo que parecía una gran producción estaba terminando por ser una película de terror barata y con mucha sangría de resultados que les abocaron a ser octavos, última plaza que daba acceso a la lucha por el anillo. 



Con todo, a pesar de haber sufrido derrotas sonrojantes como la que padecieron ante los Chicago Bulls, colistas aquel año, nadie tenía especial interés en ver a los Knicks en eliminatorias. Fruto de su crecimiento en la década de los noventa, tenían todo un repertorio de jugadas basadas en músculo y bloqueos por reiteradas guerras para acceder a las Finales. Ewing y Sprewell se habían recuperado y, a fin de cuentas, contaban en nómina con nombres como Allan Houston, exquisito tirador, o Chris Childs, un generoso base que encontraría el momento justo para cristalizar, al fin, el talento que tenían sobre el papel en algo coherente cuando saltaran a pista.



Con todo, quizás la verdadera causa de la metamorfosis fue su rival de primera ronda: los Miami Heat. Un equipo espléndido, muy bien entrenado y dotado de una defensa asfixiante, espoleado en ataque por Tim Hardaway. Primeros del Este y escuadra temible, no obstante, los de Florida sacaban lo mejor de los Knicks. Pat Riley había sido el técnico de New York en el pasado y su marcha a un rival tan directo fue tomada como la peor de las traiciones. Asimismo, Stan Van Gundy, hermano de Jeff, era un asistente destacado del propio Riley. Los dos conjuntos se conocían mucho y, para colmo, sus dos pilares, Patrick Ewing y Alonzo Mourning, eran tan encarnizados enemigos en la pintura como amigos íntimos fuera. Toda la NBA se frotó las manos para disfrutar, pues, además, era el tercer año que se veían las caras (balance 1-1 en ese instante).



"¿Alguien ha visto a los Knicks jugar mejor en todo el año?", preguntaba algún comentarista. Como si fuesen otro equipo, transformados por arte de magia en una solidaria máquina de esfuerzo defensivo y contundencia a la contra, Sprewell y cía robaron la ventaja de campo en Miami. Los Heat se recuperaron y forzaron el quinto en su feudo. Patrick Ewing cerró filas en torno a los suyos. El partido acabó como deben hacerlo los grandes duelos: última posesión. Allan Houston, el tirador de mano de seda, se olvidó de la estética por un día para abrirse paso entre Hardaway y Dan Majerle para lanzar una improvisada "bomba" que mantuvo el suspense mientras botaba en el hierro. Entró y la Gran Manzana se preparó para recibir a sus héroes. Estaban en el Hades, pero ahora nadie les podía convencer de que no iban a terminar invadiendo el Olimpo.



Jugadores como Larry Johnson habían dado un paso adelante y Jeff Van Gundy parecía frotarse los ojos cuando los Atlanta Hawks fueron sorprendidos para un demoledor 4-0. La grada del Madison hervía y los halcones no pudieron quitarles nunca el momentum que habían alcanzado. Sprewell volaba literalmente, en su conflictiva carrera, lo único indiscutible era el talento. Aquel año para los Knicks había alcanzado su pico de forma. Para el resto, había samuráis en la defensa como Marcus Camby, quien contaba con la sabia guía de un Pat Ewing maltratado por los años, pero en el cénit de su inteligente baloncestística.


Eso sí, el pase a las Finales parecía cerrado. Los Indiana Pacers de Larry Bird tenían todos los ingredientes para el éxito, además de una grada entregada. Mark Jackson lideraba en asistencias a un aspirante al título que tenía a Reggie Miller, verdugo predilecto año tras año de Spike Lee, quien sufría en la banda a un tirador excelso que, además, manejaba el trash talking como nadie. Ewing tenía en el recuerdo una fácil bandeja que el aro le escupió y provocó una dolorosa derrota en un fatídico séptimo duelo. Muchas espinas estaban pendientes, pero, nuevamente, New York cumplió el protocolo de robar la ventaja de campo con rapidez.



Para su desgracia, en un intento de remontada el segundo día, los Knicks perdieron a Ewing, el líder silencioso e imprescindible, el capitán de aquella loca aventura de un octavo clasificado sin miedo a nada. Gente como Charlie Ward dio un paso al frente, lo que iba a ser una terrible desventaja fue tomado como aliciente. Además, una dosis de suerte y de miopía arbitral vino al rescate cuando los colegiados dieron una inexplicable jugada de cuatro puntos a Larry Johnson. Una derrota devastadora de la que los Pacers no se recuperaron nunca en aquella serie.



Ya en las Finales, unos poderosos Spurs con Duncan y Robinson fueron demasiado para una Cenicienta sin complejos. Con todo, sin un pilar como Ewing y con otras lesiones de gravedad, el conjunto de la Gran Manzana consiguió el triunfo del honor y jugadores como Sprewell se consagraron ante una defensa tan magistral como la de Popovich, firmando actuaciones de más de treinta puntos. New York no pudo, en aquella ocasión, brindar un nuevo anillo a su parroquia, pero, Patrick y cía lograron que un pedazo del Edén les perteneciera por derecho propio.



ENLACES DE INTERÉS:



LA AMISTAD DE PATRICK EWING Y ALONZO MOURNING



NEW YORK KNICKS 1999



RIVALIDAD KNICKS-HEAT



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



-http://newyork.cbslocal.com/2012/03/07/schmeelk-knicks-of-today-hauted-by-ghosts-of-1999/



-http://athlonsports.com/monthly/catching-allan-houston



-http://www.nba.com/knicks/great-moments-knicks-history-lj-nails-4-point-play/