Never shall me down

El runrún mediático al que se ha sometido a divertimentos lúdicos como el deporte ha hecho que cualquier asomo de perspectiva quedé ahogado ante la velocidad de los titulares. Apenas hace unos meses, el Real Madrid era un Concorde en llamas que exigiría la cabeza del presidente y toda la plantilla diezmada, pues solamente tenían tuercebotas como Modric, Benzema y cía, jugadores mediocres por los que, como todo el mundo sabe, ningún club querría tener. Tras lanzar Juanfran el balón al poste en San Siro, el histórico club blanco es inmortal, Florentino Pérez el más sabio de los líderes y, si se te olvida, allí estará Miki Nadal para recordarlo a propios y extraños. También estamos a un empate más de que Diego Pablo Simeone sea para algunos voceros el peor entrenador de la historia del Atlético de Madrid, un pibe con suerte que habría engañado a propios y extraños. 

La temporada pasada tuvimos un ejemplo de primera mano de ello con dos de los fichajes estrellas del Barcelona: Arda Turan y Aleix Vidal. Lo que una gran mayoría de la prensa de la Ciudad Condal avaló como compromiso de ambos (fichar por los blaugranas debiendo pagar el tributo de meses inactividad por la sanción de FIFA) se transformó en caras largas cuando esta pareja no carburó desde el salto inicial. El caso de Arda Turan, quien venía con el justo aval de ser uno de los mediocentros más creativos de los últimos años en la Liga Española, parecía especialmente sangrante. Tras la eliminación otomana de la Eurocopa, los rumores sobre una jubilación dorada en China parecían una realidad palpable. 

Tras su primera pretemporada digna de tal nombre con Luis Enrique, su gran aval desde su aterrizaje en el Camp Nou, y un puñado de partidos han bastado para sorprender a propios y extraños. La gente olvidaba que incluso un killer como Luis Suárez necesitó sus meses de adaptación. Ahora todo son alegrías, pases de pecho, goles y una participación activa con Messi y cía. ¿Tanto ha cambiado el antiguo Leónidas de la orgullosa tropa del Cholo? ¿O acaso son los demás quienes lo han hecho? Como en tantas otras cosas, la belleza estará en el ojo del que mira. 

Dos goles en la Supercopa, el primer tanto liguero del vigente campeón y varias asistencias de lujo han bastado para que muchos sectores vuelvan a admitir la posibilidad de que Turan sepa algo con una pelota entre los pies. El heterodoxo genio de Bayrampasa es uno de esos artistas que no pasan desapercibidos por su talento. Sus admiradores ahogan un suspiro cuando arriesga más de la cuenta; sus detractores, para sus adentros, alucinan con su imaginación para crear imposibles. Me lo definía un amigo de una manera perfecta: "Lo que le valoro no son las asistencias que da... eso te puede salir o no. Es que se le ocurra en esas décimas de segundo". 

Lo llamativo no son las laudatorias crónicas de un día que son susceptibles de cambiar si en la tercera jornada no salen las cosas y Arda no encuentra la manera de brillar. Fue el curso pasado, cuando empezaron los rumores y arreciaban vientos de crisis; pesos pesados del vestuario como Andrés Iniesta o Neymar no dudaron en mostrar, cada uno a su estilo, su adhesión al ardaturanismo, una fiebre amarilla que el Vicente Calderón no ha olvidado, ni siquiera en algunos de los mejores momentos de los rojiblancos el año pasado. Viajemos a ese instante.

Griezmann, Godín, Gabi y compañía lo había vuelto a hacer. El Atleti estaba a punto de sepultar al Barça de los récords, al cual iban a apear de la Champions en cuartos. Incluso entonces, cuando el jolgorio debía de ser mayúsculo en una de las aficiones más entregadas del mundo, hubo un desvío de energías para olvidarse por un momento del hito histórico y dar una sonora pitada a Arda Turan, recién entrado al campo. Lo definió con precisión Jorge Valdano, comentarista de lujo para la ocasión, "Estos silbidos solamente ejemplifican lo que ha llegado a querer esta afición a Arda". Un estigma que también condicionó mucho su llegada. Realmente, las cosas se pudieron hacer mejor y el enfado "indio" es completamente justificado desde muchos puntos de vista. Lo que no debería empañar es el recuerdo. 

En pocos lugares se ha notado más esa deuda que en las crónicas de uno de los mejores blogs deportivos en lengua castellana de la actualidad, el de Rubén Uría. Fiel seguidor del club de Luis Aragonés, este periodista de exquisita pluma fue uno de los más firmes defensores del lampiño turco, definido por él como aquel señor que pisaba la pelota y hacía lo que quería. Tras haberse besado tantas veces el escudo, hacer las maletas rumbo a otro equipo solamente podía ser visto como una traición en mucho mentideros. Se dijo que ya no quería correr y defender tanto. Para Uría, a quien caracteriza una ecuánime actitud, incluso cuando va en contra de sus colores, Arda es la excepción a su propia regla. Cuando los pupilos de Simeone lograron la hazaña ante el Bayern, no dejó de rememorar que cierto centrocampista había decidido dejar de estar allí por decisión propia. 

Tal vez el enigma de Arda no sea total, simplemente que quienes antes ponían un dedo acusador, incluso ante sus destellos de clase, admiten un signo de interrogación. El curso es largo y la reincorporación de Neymar amenaza con devolverlo a posiciones donde se desenvuelve más cómodo; sin embargo, en la difícil asignatura del banquillo aprobó con nota, aportando buena sintonía y haciéndose apreciado por todos. No es un detalle que Luis Enrique y Unzúe vayan a pasar por alto y explica por qué han luchado por mantener al dorsal 7 en la plantilla. 

Por nuestro lado, los ardaturanistas que escondíamos un silbido de aprobación cuando era capaz de hacer un caño-taconazo a Piqué en el propio Camp Nou, respiramos satisfechos. Las brutales exigencias y la constante necesidad de noticias amenazarán al turco, como a todo hijo de vecino dedicado a darle patadas a un balón, al primer bajón. Lo que ya nadie puede quitarnos es que, durante unas semanas, hemos podido ver al Turan del Atleti vestigo de azulgrana. Y eso no tiene precio.