El tapón más regio...
Corría Andre Iguodala, uno de los mejores defensores del campeonato y un físico privilegiado, alguien que domina el juego a dos pistas. Había superado a los marcadores de los Cavs y se disponía a meter una bandeja decisiva en el tenso séptimo partido. Estaba en su casa, un Oracle que ha sido malcriado durante dos años con un basket vistoso y efectivo. No obstante, de la nada brotó una presencia, algo que se elevó por encima del resto. El famoso tapón de Tayshaun Prince a Reggie Miller en las Finales del Este de 2004 ya tiene compañero en la galería fotográfica de la NBA. Lebron James, caminando hacia su tercer anillo en 2016.
Es injusto resumir el complejo espectáculo de ayer en apenas una estampa, pero, sin duda, de quedarnos con una, sería con esa. Una metáfora de la hazaña que el monarca del baloncesto metió en la cabeza a los suyos a sangre y fuego. James ha sido el hombre-orquesta, el MVP, un faro que ha hecho romper una maldición de más de medio siglo. Felicidades a Cleveland, el título es un justo tributo a su fe indestructible. Nunca pareció más lejos que con el 3-1 en contra, cuando Curry y esa sonrisa de jugon que ha enamorado a medio globo despertó con sus triples para silenciar The Q. Al equipo de los récords (73 triunfos) no se le iba a escapar su ansiado trofeo, era imposible que la excelente maquinaria de Steve Kerr fallase. Los Cavs han forzado el milagro, por James sí, pero también por Irving, decisivo el sexto día y también ayer, cuando la pelota quemaba.
Todos fallaban. Incluso Thompson y Lebron, el aro se hacía pequeño en una tensa igualdad. Varios minutos sin canastas de campo. La cancha, siempre un hervidero, ahogaba sus emociones bajo un tenso silencio. Entonces llegó Irving para dibujar una parábola preciosa sobre la esforzada mano del dorsal 30 de los Warriors. El resto es historia. Tras 48 minutos de adrenalina, de buen baloncesto por ambas partes, terminaba una agotadora serie de 7 encuentros, donde ha habido de todo. Si los Thunder fueron una montaña escarpada y terrible, los campeones del Oeste hallaron una bola de nieve en Cleveland, una escuadra que ha ido haciéndose más y más poderosa tras dos flojos primeros partidos donde no tuvieron respuestas para el juego coral de sus verdugos el año anterior.
Sin excusas, con enseñanzas
Una de las peores cosas que se hicieron valorando la victoria de los pupilos de Steve Kerr el curso pasado fue dar por sentado que se había debido exclusivamente a las bajas de Cleveland Cavaliers. Sin negar en ningún momento que afectaron (y mucho) al excelente conjunto que por aquel entonces mandaba David Blatt, parecía que esas críticas olvidaban la magnífica regular season de los Warriors, así como si brillante dominio de su postemporada en el Far West. Se daba por sentado que se habían encontrado el campeonato en un callejón. Ahora, espero que se evite al proceso a la inversa. La caída de Bogut, lamentable pérdida para los amantes del basket y los partidos igualados, así como la sanción de Draymond Green el sexto día, son circunstancias que ayudaron a la resurrección anímica de los Cavs, pero no resultan, ni de lejos, ninguna condición de asterisco a algo que han ganado cada milímetro en la pista. Justo lo que lleva haciendo Golden State hasta que se le hizo largo el minuto final del séptimo. 60 segundos que separaron la gloria y el fracaso, olvídense de genes ganadores y perdedores, ninguno de los 10 astros que estaban en aquella arena es sospechoso de esconderse cuando se juega el todo por el todo.
Han corrido ríos de tinta sobre el duelo Lebron y Green. Resulta curioso que los responsables de la NBA vieran tan grave el rifirrafe del cuarto partido y pasasen por alto faltas mucho más antideportivas del ala-pívot en la anterior serie frente a Oklahoma. Tim Doanghy, figura controvertida y que muchos quieren olvidar de la organización de la que formó parte, habló de un intento de alargar la serie. Tales conspiraciones de brujas no tienen cabida hoy, en un día donde los Cavs merecen todos los elogios. El diagnóstico acertado fue el del propio Green, cabecita extraviada a veces, sí, pero, ante todo, un power forward impresionante, una delicia de competidor. Y James puede dar fe de ello.
El día D y la hora H, Green volvió a destaparse como triplista al más puro estilo Rasheed Wallace, además de no descuidar sin descuidar la faceta reboteadora bajo tableros. El gladiador de Golden State se peleó con todos, y eso incluía a un James que parece igual de fresco tras dos horas de partido que cuando estaba calentando. Ambos personajes han protagonizado salidas de tono, trash talking y aspavientos duros. Todo terminó como lo hacen las grandes peleas. Green esperó en su vestuario a que pasasen los primeros instantes de éxito de los pupilos de Tyronn Lue (debut soñado en el banquillo, felicidades). Posteriormente, antes de que recibiesen el título, volvió a pista y dio un sentido y caballeroso abrazo al MVP, al hombre a quien Isiah Thomas metió en el saco privilegiado de maestros del juego (aunque se echaron falta nombres ilustres en la particular selección del mítico Zeke). Green fue villano el cuarto día, van a pitarlo siempre en cualquier cancha contraria pero, no lo dudo ni un instante, todos esos que le odian aplaudirían la decisión de ficharle para el equipo de sus amores. Es uno de esos por los que vale la pena pagar una entrada.
Un nuevo look
Más allá de las polémicas está el jugador de baloncesto. JR Smith puede ahora añadir un anillo de campeón a la aureola que siempre le ha acompañado de tipo talentoso pero poco ganador. Ha aportado mucho y ha sabido adaptarse a un nuevo rol en una escuadra ganadora. Otros como R. Jefferson, tras una andadura por muchos equipos (destacando los Nets de Kidd y los Spurs de Duncan), puede presumir también de su intervención en este éxito, uno que hace muy feliz a una ciudad que lo había esperado ganas. Particularmente doloroso debió de ser para Anderson Varejao, quien durante mucho tiempo fue ídolo en The Q; ahora, vio como rival que al fin se sacaban una espina que estaba clavada en una afición que olvidó el día en que la decisión de James le partió el corazón de aficionados. El matrimonio feliz ha vuelto.
Fue una separación que propició la reconciliación. En Miami logró instaurar una potencia hegemónica, pero el Lebron cubierto de lágrimas en el suelo del Oracle era alguien que nunca antes habíamos visto, terriblemente emotivo. Para bien y para mal es su equipo. Bien que lo ha sufrido Kevin Love, a quien la cultura de graciosillos memes se ha cebado de manera excesiva. Ha mostrado su personalidad al permanecer sereno y no bajarse del barco ante tanto dardo innecesario, como si fuera el chivo expiatorio de cada derrota o mala decisión de un deporte de equipo. Otros como Shumpert confirmaron que son excelentes piezas para cualquier roster con aspiraciones.
Estas extrañas e intensas finales de 2016 me dejan la sensación de que, para los resultadistas, es una ocasión única para criticar a un equipo (Golden State) al que hubieran criticado aunque hubiesen ganado. Sí, me parece que es demasiado cruel el final de curso para una escuadra tan épica. Curry y Thompson, dos genios, no merecían ese desenlace. Sospecho, eso sí, que volveremos a verles en estas instancias finales, tienen talento a raudales y esto es una parada a repostar en el camino, su ruta de basket maravilloso debería seguir intacta. De lo que no me cabe duda es que Lebron y su ciudad sí que se merecían un primera título así de valioso, ganado ante el oponente más formidable. Felicidades a los Cavs, esa larga espera ha terminado de la forma más feliz posible y merecía la pena.
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