lunes, diciembre 14



Lisboa es una ciudad que siempre te deja algo. La asistencia a un congreso internacional en la capital lusa me permitió volver a perderme durante unos días por sus ruas, así como reencontrarme con queridos compañeros y compañeras. Asimismo, a hacer nuevas amistades. Fruto de las sesiones del evento, pude conocer a Luiz Fernando Lopes, compañero doctorando brasileño, quien está realizando sus pesquisas sobre la Inquisición lusa en el siglo XVIII, con especial atención al Santo Oficio de Lisboa (del cual dependían las causas y procesos que se denunciasen en Brasil). 



Como suele suceder con las buenas conversaciones, un tema daba paso a otro como en una partida de billar, volviendo a aparecer de inmediato un asunto previo o, por el contrario, produciéndose un cambio de tercio. Concretamente, hablando de nuestras visitas al campo de José Alvalade o al Estádio da Luz, surgió el tema del fútbol. Sin saber bien cómo, empezó a surgir el tema de las selecciones, los equipos en España y Portugal, la selección canarinha y... Sócrates. Hay nombres que tienen magia casi por sí mismos y este es uno de los casos, pues la decisión de un erudito cristiano maronita de llamar como el célebre filósofo griego a uno de sus hijos iba a marcar para siempre a un club histórico, el Corinthians. 



Sin ser, ni mucho menos, un buen conocedor de las torcidas brasileras, pude comprender perfectamente la fascinación de mi nuevo amigo por aquel mítico jugador de la década de los 80 del pasado siglo, alguien a quien se apodaba el Doutor, no solamente por sus milimétricos pases con el tacón, sino porque, rara avis en el deporte profesional, había seguido con inteligencia los designios de su familia, empeñada que, pese a su destreza con el balón, debía sacarse una carrera universitaria que le permitiera no depender del caprichoso y efímero mundo de la gloria deportiva. Aquel gigantón barbado de 1´91 y apenas 37 de pie, superó las expectativas, puesto que, logrando el objetivo, también cursó estudios de Filosofía, materia que le fascinaba y le aportó un toque humanístico que acompañó su carrera. 



La feliz coincidencia del Mundial del 82 permitía que, generaciones después, un brasileño y un cordobés pudieran compartir recuerdos mientras un autobús los dirigía a la Baixa Xiado. En buena medida, uno de los principales culpables de aquello era mi propio padre quien, como amante del fútbol espectáculo, no había dudado en compartir con su hijo el recuerdo que dejó en el país una canarinha que llegó con una sonrisa por bandera. Decía José Antonio Martín "Petón" que cuando se hace bien, El fútbol tiene música. Durante cinco encuentros repartidos entre Andalucía y Cataluña, Sócrates, Zico, Falcao, Junior, Éder y un distinguido etc. formaron un Dream Team que dejó boquiabiertos a unos anfitriones deseosos de abandonar los mitos de la furia y la testosterona sobre el césped como grandes argumentos para alcanzar la victoria. 



Como Aníbal Barca, la seleçâo que anduvo por la Península Ibérica dejó el recuerdo mítico en el imaginario popular que representan aquellos que no logran el triunfo final pero dejan una serie de victorias que estimulan al resto, perviviendo en el recuerdo. Brasil cayó en el partido más épico que jamás vivió Sarriá, cuyas ruinas todavía lamentan que un celoso juez de línea no permitiera que el quiebro de Sócrates a Zoff para meter un balón imposible a las redes subiera para el 3-3 (semejante celo para sancionar la fascinación de Gentile por agarrar la camiseta del Pelé Blanco hasta romperla hubiera sido un precioso quid pro quo). 



"¿Perdimos? No pasa nada. Y peor para el fútbol", lo dijo el buen doctor, sereno como capitán. Brasil no obtuvo el pase a las semifinales, pero ganó en la batalla de la memoria. Los propios azzurros (futuros campeones, amparados en los goles de un inspiradísimo Paolo Rossi) parecieron compartir ese síndrome de Estocolmo, pues fueron conscientes de que los 22 competidores que estuvieron en aquella cancha del Espanyol compartirían un vínculo eterno. "Era jugar contra marcianos", afirmaba Rossi, mientras que Zoff fue uno de los primeros en lamentar vía Twitter el fallecimiento de Sócrates, el futbolista atípico, capaz de defender en México 86 que el colegiado había anulado un gol legal a Míchel en un España-Brasil. Era la parte de la leyenda que conocía, ahora, en Lisboa, iba a conocer la otra, tan fascinante como el papel de aquel grandullón con pies pequeños en el club de sus amores. 



Se trató de algo de lo que tenía algún eco y parecía remontarse a unos días legendarios: democracia Corinthiana. Igual que el Atlético de Madrid, los New York Knicks y otras filosofías de vida, los torcedores del Corinthians habían aguantado largos peregrinajes en el desierto sin títulos por más de dos décadas, sin que ello hubiera hecho retroceder su gran masa de aficionados. Pero todo ello mereció la pena para llegar a un bienio que se hizo bajo los auspicios de cuatro tetrarcas de la bola: Adilson Monteiro Alves, Zenon de Sousa Farias, Wladimir Rodrigues dos Santos y, cómo no, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Olivera.   



Con la única excepción de la táctica y los onces titulares, responsabilidad absoluta del entrenador, el Corinthians implantó un sistema asambleario en su estructura, donde el voto era igualitario, es decir, uno de los utileros decidía sobre aspectos de la concentración como uno de los jugadores mejor pagados. El experimento era una metáfora y dardo envenenado al caduco y autoritario sistema miliar que ya declinaba en Brasil, caracterizado por un sufragio muy poco representativo. Mientras los triunfos iban llegando, aquellos héroes del césped se convirtieron en algo más para su hinchada y rivales, puesto que se mojaban en el siempre incierto debate del futuro del país. Como de la mejor película Disney, llegó el desenlace soñado.



Final contra el Sao Paulo, torneo paulista. Los jugadores del Corinthians salieron con un mensaje claro: "Ganar o perder, pero siempre en democracia". Un partido intenso y noble entre dos escuadras emblemáticas, decidido con gol de Sócrates, nombrado mejor Jugador Sudamericano del año. A veces, como diría Andrés Montes, la vida podía ser maravillosa. Ya llegarían las derrotas, el Doutor marcharía a Firenze y el Corinthians abandonó aquel sistema sin precedentes en el deporte profesional. Sin embargo, nadie podría arrebatarles que aquel sueño que fue real. 



Antes de volver a Córdoba, me esperaba una última cena de despedida con algunos amigos. Luiz también acudió, de hecho, lo hacía con una bolsa a la que no presté mayor importancia hasta que, antes de entrar al local, me presentó la que se iba a convertir en una de mis camisetas predilectas de mi armario, junto con la de Nowitzki y la del Barcelona campeón de la Euroliga. Allí estaba el ocho y el color escuro, con aquella palabra DEMOCRACIA en su parte trasera. ¿El dorsal? El 8. Un gesto de amistad desinteresada, un detalle nada atípico en el carácter amable de portugueses y brasileros con los forasteros. 



Desde entonces, no quedaba otra opción. Al fin había encontrado mi equipo cuando viera encuentros de la Liga Brasileña, ya no era posible volver a ser neutral. Eu sou corinthiano. 



"Puedo decir que mi carrera está justificada por haber podido conocer a ese señor [Sócrates]"- Quique Guasch, periodista deportivo.



"Sócrate, além de ser um jogador diferente, também foi um lutador pelos direitos do jugador"- Diego Armando Maradon, de su lista de sus 10 mejores jugadores brasileños de todos los tiempos. 



BIBLIOGRAFÍA:



-PEINADO, Q., "El fútbol (y el mundo" que soñamos", en Futbolistas de izquierdas, Léeme, Madrid, 2013, pp. 89-96. 



FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:



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http://www.elconfidencial.com/deportes/futbol/2011-12-05/socrates-el-doctor-brasileno-que-jugo-al-futbol-para-que-no-le-olvidasen_655196/



http://www.otimao.com.br/destaques/page/10/