"Gracias por una asombrosa carrera. Habéis dejado por el camino a los Heat de Flash Wade, los Magic de Superman Howard y los Cavaliers del Rey Lebron. Y casi a los Lakers de Kobe y Pau". Así se resumía, con brevedad pero contundencia el rendimiento de la temporada 2009/10 de los orgullosos Celtics. El texto está traducido de una placa conmemorativa que algunos artistas de la ciudad de Boston dedicaron a su equipo, protagonista de una de las postemporadas más increíbles de los últimos años. "Este ha sido el grupo más unido y loco en el que he estado nunca", afirmó Doc Rivers en su última rueda de prensa en Los Ángeles aquel curso, quizá tras haber firmado su mejor trabajo como técnico.
Tras el anillo de 2008, Danny Ainge era un gerente satisfecho. El Big Three que había formado (Ray Allen, Paul Pierce y Kevin Garnett) funcionaba en un conjunto veterano y sumamente aguerrido en defensa, acompañado de jóvenes talentos como el base Rajon Rondo o rocosos pívots como Kendrick Perkins. Todo iba sobre ruedas y con un porcentaje de victorias-derrotas que asustaba... hasta una fatídica jornada de febrero en Utah. Allí, un alley-hoop acabó con el tobillo derecho de Garnett diciendo basta. Aunque no parecía tan serio al principio, fue el germen de un malestar físico que privó a los defensores del título de su líder en las barricadas. Boston pudo con Chicago en una épica serie a 7 encuentros, mas no repitió hazaña ante los Orlando Magic de H. Turkoglu y D. Howard, cayendo con honor a muerte súbita y con Kevin mirándolo todo de paisano.
"Doc Rivers me ha preguntando cuándo me van a llegar las alas. Le he dicho que están de camino". El training camp de 2009 trajo a un Big Ticket reluciente, Garnett volvía con hambre de gloria, según había afirmado al legendario Bill Russell, icono de los todopoderosos Celtics de Red Auerbach. A pesar de quedarse en semifinales del Este, jóvenes como Rondo o "Big Baby" Davis habían dado un paso al frente y con las tres mega-estrellas sanas, el cielo parecía el límite. Pierce, Allen, Rivers y Garnett viajaron a Detroit para reclutar a Rasheed Wallace, astro de los Pistons y uno de los mejores defensas interiores de la NBA. Los siete primeros partidos de aquel curso mostraron una escuadra sólida y que logró asaltar la mismísima fortaleza de The Q, guarida de un Lebron James que ganaría uno de sus premios MVPS aquel mismo año.
En un ataque de osadía, algunos llegaron a hablar del inolvidable récord de 72 victorias de los Chicago Bulls. Por supuesto, eso fue antes de que comenzasen las pesadillas. Garnett volvió a resentirse del tobillo, apareció aparatosamente vendado en algunos encuentros. Tras un inicio muy prometedor, Rasheed fue olvidándose de la defensa y a obsesionarse por los triples, sirviendo de escaso rendimiento durante el nudo de la fase regular, con apenas chispazos de clase. Para colmo de males, los despachos traspasaron al carismático Eddie House, gran tirador y pieza clave en el anillo de 2008, por el talentoso y errático Nate Robinson. Muchos culparon a Ainge de haber dinamitado la química del "ubuntu" (grito de guerra ideado por Doc Rivers, con raíces en África). Tras el All Star, el equipo céltico fue de mal en peor, rondando el 50% de balance triunfos-derrotas en lo que quedaba de curso.
El sueño de los 17 anillos parecía un mal chiste, una broma cruel de un equipo descompuesto. Rivales como los Ángeles Lakers de Kobe Bryant estaban en plena eclosión, a la par que otros candidatos como unos poderosos Orlando Magic. Tras una pírrica victoria en el Staples, Doc Rivers pidió 100 dólares a cada integrante de la plantilla. Convenció a un empleado de los vestuarios californianos de esconder el dinero en un falso techo. El mensaje fue claro: Si queréis recuperarlo, tendréis que estar jugando aquí en junio por un campeonato.
A medida que acababa la Liga, todo parecía un juego entre unos veteranos extrañamente seguros y unos medios de comunicación que los situaban eliminados tras la primera ronda. El primer rival fue Miami. A pesar de ganar en el Garden, una estupidez de Garnett le costó la expulsión para el siguiente día. Era la hora de Glenn Davis, un individuo con aspecto de todo menos de jugador de basket, excedido de peso y más conocido aquel año por haberse perdido el comienzo de la temporada por una pelea a puñetazo limpio con uno de sus mejores amigos, dentro de una amigable reunión de parejas. Era sabido que una bronca de Garnett el anterior año había terminado con "Big Baby" llorando ante las cámaras de todo el país. Lo que todo el mundo tendía a olvidar era que aquel "gordito" jugaba muy bien al basket cuando estaba centrado.
Ante la satisfacción del sancionado, quien parecía un maestro exigente satisfecho porque el alumno superaba la prueba, el atípico ala-pívot se impuso a los Haslem y compañía. El tercer día, una canasta sobre la bocina de Paul Pierce fue la piedra angular para colocar un 3-0 casi inapelable. Solamente las genialidades de D. Wade prolongaron la serie, pero el quinto día se acabó todo en el feudo de los pupilos de Red Aerbach. Aquella contundencia ante unos Heat jóvenes y prometedores, no cambió ninguna quiniela. Automáticamente, todo el mundo predijo que los Cleveland Cavaliers iban a despedazar a los Celtics, contando Lebron con la colosal presencia de un envejecido (pero aún imponente) Shaquille O´Neal.
El primer día en The Q confirmó esos vaticinios. Pareció que el rey de la NBA y los suyos podían jugar con sus oponentes y dejarlos KO cuando quisieran. En las duchas, un enfurecido Kevin Garnett habló largo y tendido con Rasheed Wallace. Amigos y rivales durante años en el Far West de principios del nuevo milenio, la agresividad de Big Ticket accionó algo en el interruptor de un Sheed que había sido un espectro de sí mismo los últimos meses. Hasta ese momento, foros de internet de los orgullosos verdes bromeaban con si era Wallace el peor fichaje que nunca había hecho la franquicia. La siguiente noche, tras recibir L. James su segundo premio MVP, el antiguo genio de Portland y Detroit salió con cinta en el pelo y rictus serio. Anotó todos sus lanzamientos menos uno, estuvo en dobles-figuras y marcó la senda para robar la ventaja de campo. Los internatuas no volvieron a cuestionar la importancia que podía tener aquel guerrero forjado en Philly para luchar por el anillo.
En un ataque de osadía, algunos llegaron a hablar del inolvidable récord de 72 victorias de los Chicago Bulls. Por supuesto, eso fue antes de que comenzasen las pesadillas. Garnett volvió a resentirse del tobillo, apareció aparatosamente vendado en algunos encuentros. Tras un inicio muy prometedor, Rasheed fue olvidándose de la defensa y a obsesionarse por los triples, sirviendo de escaso rendimiento durante el nudo de la fase regular, con apenas chispazos de clase. Para colmo de males, los despachos traspasaron al carismático Eddie House, gran tirador y pieza clave en el anillo de 2008, por el talentoso y errático Nate Robinson. Muchos culparon a Ainge de haber dinamitado la química del "ubuntu" (grito de guerra ideado por Doc Rivers, con raíces en África). Tras el All Star, el equipo céltico fue de mal en peor, rondando el 50% de balance triunfos-derrotas en lo que quedaba de curso.
El sueño de los 17 anillos parecía un mal chiste, una broma cruel de un equipo descompuesto. Rivales como los Ángeles Lakers de Kobe Bryant estaban en plena eclosión, a la par que otros candidatos como unos poderosos Orlando Magic. Tras una pírrica victoria en el Staples, Doc Rivers pidió 100 dólares a cada integrante de la plantilla. Convenció a un empleado de los vestuarios californianos de esconder el dinero en un falso techo. El mensaje fue claro: Si queréis recuperarlo, tendréis que estar jugando aquí en junio por un campeonato.
A medida que acababa la Liga, todo parecía un juego entre unos veteranos extrañamente seguros y unos medios de comunicación que los situaban eliminados tras la primera ronda. El primer rival fue Miami. A pesar de ganar en el Garden, una estupidez de Garnett le costó la expulsión para el siguiente día. Era la hora de Glenn Davis, un individuo con aspecto de todo menos de jugador de basket, excedido de peso y más conocido aquel año por haberse perdido el comienzo de la temporada por una pelea a puñetazo limpio con uno de sus mejores amigos, dentro de una amigable reunión de parejas. Era sabido que una bronca de Garnett el anterior año había terminado con "Big Baby" llorando ante las cámaras de todo el país. Lo que todo el mundo tendía a olvidar era que aquel "gordito" jugaba muy bien al basket cuando estaba centrado.
Ante la satisfacción del sancionado, quien parecía un maestro exigente satisfecho porque el alumno superaba la prueba, el atípico ala-pívot se impuso a los Haslem y compañía. El tercer día, una canasta sobre la bocina de Paul Pierce fue la piedra angular para colocar un 3-0 casi inapelable. Solamente las genialidades de D. Wade prolongaron la serie, pero el quinto día se acabó todo en el feudo de los pupilos de Red Aerbach. Aquella contundencia ante unos Heat jóvenes y prometedores, no cambió ninguna quiniela. Automáticamente, todo el mundo predijo que los Cleveland Cavaliers iban a despedazar a los Celtics, contando Lebron con la colosal presencia de un envejecido (pero aún imponente) Shaquille O´Neal.
El primer día en The Q confirmó esos vaticinios. Pareció que el rey de la NBA y los suyos podían jugar con sus oponentes y dejarlos KO cuando quisieran. En las duchas, un enfurecido Kevin Garnett habló largo y tendido con Rasheed Wallace. Amigos y rivales durante años en el Far West de principios del nuevo milenio, la agresividad de Big Ticket accionó algo en el interruptor de un Sheed que había sido un espectro de sí mismo los últimos meses. Hasta ese momento, foros de internet de los orgullosos verdes bromeaban con si era Wallace el peor fichaje que nunca había hecho la franquicia. La siguiente noche, tras recibir L. James su segundo premio MVP, el antiguo genio de Portland y Detroit salió con cinta en el pelo y rictus serio. Anotó todos sus lanzamientos menos uno, estuvo en dobles-figuras y marcó la senda para robar la ventaja de campo. Los internatuas no volvieron a cuestionar la importancia que podía tener aquel guerrero forjado en Philly para luchar por el anillo.
La resurrección anímica de Wallace era un factor que desestabilizó los esquemas de Mike Brown, especialmente con Anderson Varejao. El corajudo interior brasileño hacía muy buenos números y agarraba muchos rebotes en sus duelos contra Boston. Si bien lo siguió haciendo, ahora cada canasta costaba un mundo. Los hábiles sistemas defensivos de Tom Thibodeau iban aislando más y más a Lebron, quien, aún así, se bastó para pulverizar a los Celtics en el Garden el tercer día. Fue su último triunfo aquel año. El cuarto día, Rajon Rondo cogió las manijas del juego y confirmó lo que muchos habían pensado desde fuera: él debía ser el jugador franquicia. "Anteriormente, Rajon jugaba para Kevin, Ray y para mí. Ahora debemos comprender que debe ser al revés", se sinceraba un Pierce irregular aquellos Playoffs, pero decisivo en el quinto duelo y capitán modélico para los suyos y arrogante verde para los rivales. "Nos vemos el año que viene", dijo maliciosamente a los encargados de The Q tras robar el factor cancha en un clinic de trabajo coral.
Lebron se dejó el alma para evitar la eliminación, pero sus heroicidades fueron inútiles. La prensa empezó a airear rumores de un romance entre su compañero Delonte West con la madre del astro, Gloria James. También se sacaron otros trapos sucios, casi todos con el mismo rigor, es decir, cero. Boston parecía complacido con que muchos focos no prestasen atención al nivel de confianza que habían cogido. Jugadores como Tony Allen eran muy infra-valorados, pese a sus dotes de marcador de la estrella adversaria. A la hora de hacer pronósticos, las casas de apuestas colocaron un rotundo 4-0 para unos Magic que llegaban imbatidos a las Finales del Este.
De regreso a su tierra natal, Orlando, Doc Rivers y su staff se percataron de que Stan Van Gundy había aprovechado muy bien en las dos primeras rondas la atención que generaba Howard para usar a sus excelentes triplistas (R. Lewis, J. Williams, etc.). El truco, nada fácil, era no necesitar excesivas ayudas contra Superman. Perkins y Wallace dieron sendas lecciones de pundonor, cada uno a su estilo, convirtiendo el camino de Dwight en un infierno. Ray Allen y Paul Pierce se combinaron y hasta turnaron para mantener el ritmo de anotación de una rotación escasa (sobre todo porque el fichaje de última hora de Michael Finley, tremendo jugador y excelente en sus años con los Mavericks, no había salido bien) pero muy segura.
Y Rondo hizo el resto para colocar un 3-0 que enloqueció al grande. Estrella atípica y poco hábil con los medios, confesor de no haber visto muchos partidos de mitos como Michael Jordan o Wilt Chamberlain, el heterodoxo base sin tiro (hablando, por supuesto, a nivel de súper-élite) dio lecciones constantes, logrando varios triples-dobles de mucho mérito. Con todo, Orlando robó el cuarto con un fallo inesperado del infalible Pierce. El quinto día, hartos de su etiqueta de blancos, los Magic devolvieron cada golpe multiplicado por cinco. Marquis Daniels y Big Baby recibieron codazos en la cabeza y otras lindezas de un enrabietado Superman. La NBA, siempre amiga de la épica, empezó a sondear qué bonito podría ser que Orlando forzase un séptimo y remontase un 3-0, hazaña nunca antes hecha (los Porland Trail Blazers de 2003 la rozaron la yema de los dedos).
Sin embargo, la magia del nuevo TD Banknorth Garden no consintió aquella posibilidad. Triples como dagas de Paul Pierce y, cuando nadie lo esperaba, sacar fuerza de una flaqueza. Las molestias en la espalda de Rajon Rondo dieron entrada a un Nate Robinson que apenas jugaba aquella postemporada. Pero Doc Rivers ya se había percatado del buen rendimiento que podía dar llegado el caso, puesto que exprimió sus escasas oportunidades en Orlando. Triples y una lectura de juego muy hábil del pick and roll, unido todo a su temperamento explosivo, sirvieron para cimentar un colchón que permitió el pase a las Finales, justo cuando los pupilos de Van Gundy podían haber aprovechado la ausencia del multi-usos Rondo.
Aquellos milagros del Leprechaun no sirvieron tampoco para ablandar opiniones. Muchos daban varios cuerpos de ventaja a los Ángeles Lakers de Kobe Bryant y Pau Gasol, un auténtico equipazo donde el único problema eran los perennes problemas de Andrew Bynum, un pívot colosal que siempre estaba a menos de un 50% de su potencial por sus problemas físicos. El primer día en el Staples confirmó aquello, gracias a un Pau Gasol sediento de quitarse la injusta etiqueta de blando que muchos le adjudicaron en las Finales de 2008. En su mejor momento mental y físico, el ala-pívot español superó ampliamente a Garnett. Con mucha malicia, la prensa sensacionalista adulteró las educadas y respetuosas respuestas de Gasol sobre el juego de su Némesis, haciendo parecer lo contrario de su intención. Sin embargo, aquella confusión animaba mucho a Rondo: "No puedo esperar a ver a Kevin en el siguiente partido".
Pero quien apareció fue primero un Ray Allen que alternaba exhibiciones (en Cleveland y Orlando, fundamentalmente) con problemas de salud de su familia que le exigían el máximo de su profesionalidad. Cuando los de Doc Rivers más le necesitaban, con Kobe y Pau amenazando con poner un peliagudo 2-0, X Ray se disparó a los 9 triples (récord en unas Finales) y, junto con un Rondo que hacía todo lo demás, pusieron un empate a uno que convertía el eterno duelo céltico-angelino en una verdadera batalla de igual a igual. Paul Pierce osó pronosticar que la serie no volvería a LA.
No debió hacerlo. Su colega de brazalete, Derek Fisher, fue la pieza clave, por encima del mismísimo Bryant, para lograr la primera victoria en el Garden en postemporada contra el Big Three de Rivers por parte de los laguneros. El show y valentía de Fisher incluyó entradas a canasta imposibles ante junglas de brazos y un uso ejemplar del tablero. Emocionado y con lágrimas, el capitán de púrpura y oro no bajó el pistón y se negó ante los micrófonos a excusar la arrogancia de The Truth. Ahora, se rumoreaba que las Finales se acabarían en Massachusetts porque LA iba a dominar los dos siguientes duelos. Tampoco debieron hacer eso.
El cuarto día, justo cuando los visitantes podían dar un golpe de estado y ponerse 1-3, se produjo un hecho atípico en un combate por el título. Con un 90% de los suplentes iniciando el último cuarto (Robinson, los dos Allen, Davis y Rasheed), el quinteto de Phil Jackson fue incapaz de dominarles. Davis hizo uno de los mejores partidos de su carrera, a ambos lados de la cancha e incluyendo movimientos al poste para el recuerdo. Tony Allen no se separaba de Bryant y Wallace hacía lo propio con Gasol. En un acto de valentía, los propios Garnett y Pierce pidieron a Rivers que mantuviera aquella formación que rompió todos los esquemas del Maestro Zen. Finalmente, con poco más de dos minutos, Pierce surgió para cerrar el partido definitivamente. 2-2 y las televisiones norteamericanas frotándose las manos con el futurible share.
Un escenario demasiado bonito para que no aparecería Kobe Bryant. El genio de los Lakers sostuvo a su equipo, por momentos, pareciendo un ejército de un solo hombre. Con un Garnett absolutamente rejuvenecido en todos los encuentros en casa, Pierce decidió dejar los chispazos y atacó el aro desde el pitido inicial. Su duelo con un enemigo íntimo como Ron Artest fue uno de los más bonitos que se recuerdan a estas alturas del campeonato. Agarrones, suspensiones, golpes, fintas, ferocidad y trash talking entre dos guerreros dispuestos a todo por llevar a los suyos a la tierra prometida del anillo. No fear for snakes fue el titular al día siguiente, el trabajo en bloque pudo con la temible Black Mamba. Ya nadie se atrevía a decir en voz alta que Boston era un rival más fácil que Orlando o Cleveland aquel curso.
Doc Rivers, recordando sus años en New York y la lucha por el anillo con Houston, advirtió que el viaje a Los Ángeles iba a ser muy largo. Y vaya sí lo fue. Todo empezó mal para los orgullosos verdes con la gravísima lesión de Perkins. A riesgo de una técnica para ser sancionado, el tosco pívot había dado una lección de pundonor y auto-control, sin entrar en ningún pique y centrándose en brindar rebotes e intimidación a ambos lados de la cancha. Mientras, en la cancha, los dueños del Staples hicieron un partido impresionante ante unos Celtics que solamente podían ver pasar a aviones como S. Brown, mientras que Kobe Bryant encadenaba preciosas suspensiones. Pau, muy acorralado en el Garden, dio a Garnett y Wallace de su propia medicina de dominio. Todo pendiente de un séptimo que, para todos aquellos que no exigen 100 puntos para que un partido sea bueno, merece entrar en los Annales de la leyenda.
"Te lo voy a dar todo mañana. Siento que ya está todo hecho". La frase en el pasillo del hotel californiano convenció a Rivers para que Sheed entrase por Perkins. Jugador genial y sospechoso habitual de la NBA por sus formas, Wallace dio equilibrio, puntos, tapones y problemas a Pau hasta que su espalda dijo basta. Rondo y Garnett recuperaron su conexión, mientras un inspiradísimo Ron Artest tocaba la guitarra con un Pierce que defendía a su franquicia, aunque había empezado siendo un mucho en Inglewood que emulaba el Showtime de Magic. Decenas de historias en apenas 48 minutos, un triple de Fisher que llevó al éxtasis a la grada más Hollywoodiense, mientras los orgullosos verdes lograron tres triples consecutivos para poner en pleito el desenlace hasta el final.
Un espectacular cierre para dos equipazos que terminó con el anillo para LA. Sin embargo, como los célebres comentaristas italianos, Falvio Tranquillo y Federico Buffa comentaron en pleno y fratricida último cuarto: "Honor para vencedor y vencido hoy. Si Boston Celtics no gana esta Final, por organización, preparación técnica y pizarra, en mi corazón serán también campeones". No importaban algunas decisiones caseras propias del factor cancha (falta en una entrada a Garnett, pasos de Pau en un impresionante lanzamiento, dobles de Artest...), también hubo polémicas de uno y otro lado en encuentros anteriores. "No hay un ojo seco en este vestuario hoy. Hay que darle mérito a los Lakers, han jugado de una forma terrorífica", cerró Doc Rivers, junto con Garnett, uno de los más emotivos en una rueda de prensa sin tapujos y formalismos.
Los célticos habrán de esperar para levantar el anillo 17, pero, como bien apuntó Miguel Ángel Paniagua, hicieron algo aún más memorable, honrar una camiseta de baloncesto cuando salían a la pista. Celtic Pride.
FOTOGRAFÍAS EXTRAÍDAS DE LOS SIGUIENTES ENLACES:
http://www.marca.com/2011/07/28/baloncesto/nba/1311866102.html
http://niketalk.com/t/208323/john-hollingers-2009-10-nba-forecast-the-complete-list
http://www.zimbio.com/Rasheed+Wallace+Kevin+Garnett/pictures/pro
http://clipperblog.com/2015/03/07/clippers-sign-nate-robinson-to-10-day-contract/
http://www.nba.com/celtics/news/sidebar/053110-rivalry-features-matchup.html
ENLACES A VÍDEOS:
Kevin Garnett, 7 partido contra los Lakers 2010
JUGADAS DESTACADAS BOSTON PLAYOFFS 2010
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