Guárdate de coronaciones, Majestad
Tony Allen es un tipo fraguado al molde del acero cimmerio, un baloncestista de la vieja escuela, Observó el protocolo de la ceremonia del segundo partido de las semifinales del Oeste con rictus serio. Debió recordar cuando sus compinches Garnett, Wallace, Allen y Pierce, entre otros, le aguaron la fiesta a un tal Lebron James que recibió el premio de MVP de manos de David Stern, en la ciudad de Cleveland, también eran semis. Aquello era 2010, Tony jugaba en los Celtics. Ahora, lo hace en los Memphis Grizzlies. El receptor del galardón de jugador más valioso era Stephen Curry, cabeza visible de la ofensiva de los vistosos Golden State Warriors.
El primer día, el Oracle Arena se lo había pasado bien con los pupilos de Steve Kerr, como ha sucedido todo este mágico año, donde han firmado el mejor balance de victorias-derrotas de la NBA. Al veterano luchador y los muchachos de la tierra de Elvis no les había gustado ser comparsas. Entonces, apretaron los dientes y bajaron a defender, cortando ese ritmo vertiginoso de sus rivales, esos tanteos altos que tanto gustan al espectador. Un feroz mate de Tony fue acompañado de un grito que les avalaba como la mejor escuadra defensiva en todo el campeonato. Lo mejor estaba guardado para el final.
Ante los micrófonos, uno de los héroes de la noche dijo que Curry no era nada nuevo bajo el Sol. Un dardo envenenado en una época donde todo eran elogios. Curiosamente, el astro y sus compañeros naufragaron en la siguiente visita. Los oseznos sacaban las garras, se volvía a hablar del temible támdem de Marc Gasol y Zach Randolph. A diferencia de lo acontecido con los Pelicans, Golden State perdió los controles del coche, las marchas estaban bloqueadas y el vehículo se había calado. El cuarto partido era el más importante que nunca hubieran afrontado Curry y los suyos. Había mucho en juego, quizá, un legado.
De lo que se trata el MVP...
Había comenzado el primer cuarto y apenas había mirado al aro. Todos los ojos estaban puestos en Curry en el FedExForum. El ambiente estaba caldeado en una ciudad que, al fin, se está acostumbrado a sentir tanto orgullo de su franquicia NBA como de su equipo universitario. El MVP tardó en hacer acto de presencia en esos 12 minutos, pero cuando lo hizo, no hubo dudas. Los triples habían vuelto. Y, cuando Golden State está fluido en esas lides, incluso la mejor defensa tiembla.
Un escurridizo robo a un pase de Tony Allen a Marc Gasol fue otro de los instantes clave. Allen, más allá de sus declaraciones, es uno de los defensas más intensos que pueden tenerse en frente. Se ha medido con gente como Kobe Bryant y les ha puesto en problemas. Es físico, listo y valiente cuando tiene que secar a la estrella de turno. Había amargado la vida del flamante MVP por dos noches. Eso no sucedió el cuarto día, aunque Stephen debe mucho a sus corre-caminos, a gente como un Iguodala que salía como una flecha para hacer feroces mates y volver con una sonrisa a defender.
El otro aviso fue un 2+1 de dibujos animados (Jorge Valdano dixit) que reflejó la frustración de Allen, mientras Curry escondía la sonrisa de niño travieso. Memphis empezó a encomendarse a veteranos en estas lides como Vince Carter, pero el tempo de la serie estaba volviendo al equipo con factor cancha. Nadie lo escenificó mejor que un Klay Thompson irreconocible hasta ese momento, chocando triples contra la paleta y fallando mates fáciles (para él, claro) sin oposición en el Oracle Arena. Ahora, todas las piezas de Kerr volvían a encajar como antes.
Run and gun
Desde los Phoenix Suns de Steve Nash en el glorioso periplo que fue de 2005 a 2008 (por supuesto, el genial canadiense siguió, pero la escuadra ya no era la misma), no habíamos visto tanta gozosa irresponsabilidad al ataque. La eterna duda es si ese estilo puede llevar al anillo, si merece la pena el riesgo, cuando todo el mundo insiste en que los playoffs son tiempo de defensas duras, según se grita en los graderías. Golden State recuperó su fortín y desde 1976 no habían acariciado estar en unas finales de conferencia, ni siquiera con aquella camada que lideraba el rey león Baron Davis.
Harry Barnes pareció ser recuperado totalmente para la causa el quinto día, mientras Curry se reservó algún triple psicológico para la ocasión. La baja de Tony Allen era un muy mal augurio para unos Grizzlies con más problemas de la cuenta para encontrar su conexión más demoledora: Marc y Zach, dos dominadores natos bajo tableros. Thompson volvía correr y disfrutar, amparado en su genial sociedad con el MVP. Fue un partido llave y el que llevó al Oracle Arena a pensar que, cuando volvieran a ver a sus muchachos, sería contra Clippers o Rockets (finalmente, Houston ganó su séptimo choque, levantando un 3-1 en contra).
La sexta jornada fue una constatación de un hecho que un triple de Curry desde el sofá de su casa y sobre la bocina escenificó como nadie. Los Warrios anotaban, volvían a enchufar y, cuando Memphis sacaba su casta, recibían una nueva ráfaga. Kerr, entrenador novato que parece un veterano, sonreía ante la madurez de su escuadra, la cual está acariciando con la yema de los dedos algo que, a la altura de octubre, hubiera parecido imposible.
No se trataba de la clasificación. Era cómo la habían logrado.
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